Por Maricel Orellana
El año 2010 el informe anual de la Organización Mundial para las migraciones informaba que el número de migrantes en el mundo llegaba a 214.000 millones, siendo Estados Unidos el principal país que alberga el mayor número de ellos. Chile debido al crecimiento económico de los últimos se ha convertido en sede de inmigrantes latinoamericanos. Sus fronteras han visto cruzar a miles de argentinos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos y en su mayoría peruanos, estos últimos suman más de 130.000. Entre ellos un hombre que huyó de Perú hace 20 años, un hombre a quien Alberto Fujimori acusó de terrorista internacional, y que hoy es el vocero de la comunidad peruana en Chile una comunidad que ha puesto sus esperanzas en Ollanta Humala.
Mañana son las elecciones presidenciales en Perú y en la Pequeña Lima, en el centro de Santiago de Chile, el sol de invierno empieza a entibiar las cabezas de un grupo de 6 peruanos que preparan un evento a favor de Ollanta Humala. La esquina de las calles Catedral y Puente, al lado del correo, al frente de la Catedral y cerca de la Plaza de Armas es el lugar indicado para dicho evento — Acá no rige la ley peruana, así que podemos seguir haciendo campaña— dice una joven delgada y morena, que no debe tener más de 35 años, quien organiza que todo marche en orden mientras entrega panfletos que dicen: “Con Ollanta el Perú te protegerá siempre. Peruanos en el exterior con ustedes y para ustedes gana Perú”. ¬
— ¿Por qué quieres que gane Ollanta? Le pregunto—Porque es el único que puede mejorar las condiciones del pueblo peruano en el exterior, responde sin titubeos.
¬— ¿Cómo mejorará las condiciones? — Con acuerdos bilaterales para que todos los peruanos puedan regularizar sus permisos de residencia, añade mientras prepara unos precarios lienzos blancos que llevan al centro y en rojo la letra O.
Son las 11 de la mañana y la convocatoria aún no tiene mucho éxito, no deben ser más de 20 los inmigrantes, en su mayoría hombres mayores de 25 años, los que individualmente esperan el inicio del evento, el que tiene hora de partida las 3 de la tarde.
Los chilenos no entienden lo que pasa, es una calle concurrida, donde el día sábado transitan cientos de personas. Todos miran con recelo la pequeña tarima cuyo telón de fondo, de unos doscientos metros, muestra el rostro de Ollanta y su mujer con un mensaje en letras blancas que dice: Honestidad es la diferencia. Diferencia que a los chilenos no les importa, para muchos los peruanos se tomaron la Plaza de Armas a cambio de Arica y Parinacota, dicen que parecen multiplicarse al mismo ritmo que se multiplican las palomas, que son sucios, que nos han quitado la fuente laboral, como si ser peruano fuese pecado, como si ser inmigrante fuera delito, como si nunca hubiésemos tenido que buscar asilo. El viento trae a mis oídos las palabras de odio de los chilenos que pasan frente al lienzo: váyanse a su país peruanos de mierda, es lo más delicado que se oye decir.
Pequeña Lima
Raúl Paiba es uno de los organizadores del evento, el encargado de presentar los permisos a las autoridades y de mantener el orden del evento.
Mientras lo espero doy una vuelta a la manzana. Bajo por calle Catedral, entre Bandera y Puente, y no reconozco ningún chileno, cada rostro mulato, cada cuerpo pequeño pertenece a un peruano, es como cruzar la frontera en una cuadra. Cada espacio lo habita un peruano, cada local ofrece servicios a nuestros vecinos. Punto Perú tiene publicidad en toda la cuadra. Perú Services Courrier. Perú, llamada a celular a 100 pesos el minuto. Peluquería Perú. Punto Perú cambio de moneda peruana, llamadas internacionales, giros al Perú. En la galería Bandera, la agencia Global Travel ofrece volar Santiago Trujillo ida y vuelta por 219.000 pesos. Rica comida peruana, restaurant peruano El Chino, cada rincón sabe a Perú, es el punto de encuentro y recreación de los peruanos y parte del casco histórico del centro de la cuidad de Santiago a la que llaman Pequeña Lima.
El hombre clave
Nos reunimos en Catedral 1063, en la Vicaría de la Pastoral, donde la comunidad peruana puede usar libremente sus dependencias. El tiempo es escaso y las interrupciones variadas, el evento está por empezar y el teléfono no deja de sonar. Raúl Paiba llega vestido de jeans y chaqueta azul de mezclilla, bajo la cual lleva una camisa blanca y una polera del mismo color, con letras rojas que dice: Ollanta 2011, más abajo y en letras negras Partido Nacionalista Peruano, seguido por un gran O en rojo. No debe pasar los 60 años y al mirarlo, nadie imagina que sus pequeños ojos café han visto pasar a miles de inmigrantes pidiendo ayuda y sus finos labios han tenido que tranquilizar a cada uno de ellos. Sus grandes oídos han sido confidentes de un sin número de sueños. Su cabello conserva casi intacto su castaño oscuro original, salvo por un pequeño grupo de canas a los costados que pareciera que recién comienzan a salir. No debe medir más de un metro setenta y cinco y creo que no necesite más, habla pausado, con un vocabulario y una pronunciación de esas que los chilenos siempre hemos envidiado y nunca hemos tenido.
Llegó a Chile el año 1992, época en que el ex presidente Alberto Fujimori comenzaba a vivir sus años más gloriosos, al mismo tiempo que muchos ciudadanos peruanos debieron mirar las fronteras y caminar en busca de una vida mejor. Mientras Fujimori hacía crecer su patrimonio, estando en el poder, también hacía crecer la tasa de inmigrantes peruanos en Chile, los que aumentaron un 395 por ciento entre el Censo de 1992 y 2002.
Ayudado por la Iglesia Católica, después de haber estado preso en Perú y ser absuelto tras 5 meses de encierro, Raúl tuvo que dejar atrás la esperanza de volver a su país y cambiarla por una vida lejos de su hogar. Los grandes ideales siempre marcaron su vida, en su país era Dirigente Nacional de los Profesores Universitarios, en el cargo de Relaciones Internacionales, lo que condicionó su vida en el exilio. En Chile es Presidente del Comité de Refugiados Peruanos, cargo que lleva con orgullo y que lo ha convertido en el vocero de la comunidad peruana.
Estando en Chile como refugiado político y junto a otros en su misma condición Paiba creó la agrupación los Amigos de la Vida, con la cual comenzaron a visitar diversas instituciones y partidos políticos, entre ellos la CUT, por las cuales según cuenta fueron ignorados: “No fuimos vistos, nos acusaron de Narcoterroristas, nos dieron la mano, nos dijeron vengan cuando quieran, pero de ahí nada más, pero era una época en que estaba Aylwin, que estaba recién partiendo la democracia”.
Raúl es Licenciado en Estadística, profesor universitario. Logró ser profesor en la Universidad de Chile y la UTEM cuando no había ningún peruano enseñando en las universidades chilenas, pero sus compatriotas no tenían la misma suerte ya que no tenían estudios profesionales. Tanto en aquellos años como hoy, los inmigrantes que llegan a Chile tienen una condición económica precaria, sin estudios, los que están dispuestos a trabajar como obreros. Las mujeres abandonan a sus hijos para trabajar como empleadas domésticas, de lunes a sábado, teniendo el domingo su momento de descanso. Este trabajo les permite enviar dinero a su familia, los que siguen en Perú esperando el retorno de un ser querido que ve pasar días, años sin poder volver a su nación.
El teléfono no para de sonar, y en la inmensa habitación adaptada como sala de clases esperan a Raúl dos compatriotas que nerviosos miran sus relojes y repiten una y otra vez la hora. Sin embargo este hombre de nariz grande y ancha se da el tiempo de tranquilizarlos y responder las preguntas.
¿Hoy día los peruanos pueden entrar libremente a Chile?
No. Hoy la frontera norte está cerrada. Desde los tiempos de la señora Bachelet no dan el pase de turismo. La ley de extranjería es del 1974 y el salvo conducto, convenio Tacna-Arica es del 92. Tú pasas hasta Arica y te dan un salvo conducto con el cual tienes 7 días para estar acá, pero depende del estado del funcionario, por lo que los rasgos indígenas no pasan. Si te ven que eres bonita, blanquita, te dejan pasar.
¿Sientes que todavía hay discriminación?
Hay otra actitud, todavía queda un poco de discriminación, pero los peruanos empiezan a levantar la cabeza, pero falta mayor fiscalización a las empresas y mayor participación de las autoridades chilenas para cambiar la ley. Si vas circulando por la calle y un policía te pide la identificación y no tienes, te dan una tarjeta y te mandan a Policía Internacional y allá te quitan todo. Te dan una tarjeta blanca de extranjero infractor — la pollada le decimos— y tienes que estar firmando. Le mandan un informe a Extranjería y te cobran una multa de 80.000 pesos hasta que consigas visa. Quedan irregulares y esas mujeres tienen hijos y en la partida de nacimiento dice: hijo de extranjero transeúnte. No son nada, no es chileno, no es peruano.
El niño que viene con la mamá es otro problema, si el papa no está legal el hijo tampoco. En Chile la ilegalidad se hereda. Hoy hemos conseguido que los niños sean reconocidos en el consultorio, les dan una tarjeta y con eso van a Extranjería, le dan una visa temporal para que puedan regularizar su ilegalidad.
A los obreros les pagan el mínimo, y a los indocumentados muchas veces no les pagan. Y desde que está el alcalde de Santiago Pablo Zalaquett expulsan por lo menos a 20 peruanos al mes.
Mensualmente mueren dos peruanos, muchas veces asesinados por pandillas chilenas y esa información nunca aparece en la prensa, sólo por ser peruanos, concluye Paiba.
Son casi las tres de la tarde y Raúl debe presentar el permiso para realizar el evento a carabineros. En la esquina de calle Puente con Catedral la comunidad peruana tímidamente va llegando al acto de cierre de campaña. Mientras Paiba se pierde entre sus compatriotas, una mujer de unos cuarenta años sube a la tarima y dice: hermanos peruanos, soy una persona anónima, no a la Fujirata, Ollanta es nuestra esperanza para que miles de compatriotas podamos, en un futuro, volver a nuestro pueblo. ¡Viva el pueblo peruano! ¡Viva Perú!
MARICEL ORELLANA (Chile). Soy Periodista y hace mucho que cambié el rímel y el rubor de mi cartera por un buen libro y una pequeña libreta de notas en la que escribo lo que el olvido pudiera sepultar. Me confieso una amante de la crónica roja, pero también de aquellas que van tras ese individuo común que pasea por la calle sin que nadie lo vea, aquellas que muchas veces son las más difíciles de escribir.
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