domingo, 23 de octubre de 2011

INOCENCIA INTERRUMPIDA

Por María Fernández Arribasplata


La historia de Jaime, el pequeño que parece de 10 pero tiene 14. El “niño cajonero” que robó más de 30 mil soles de una tienda en Gamarra, el emporio comercial del Perú. Hasta el momento está prófugo.





En solo 2 minutos. Eran las 11 y media de la mañana cuando sigilosamente Jaime agacha su delgado cuerpo y se dirige hacia la caja registradora, con la maña que tienen los “viejos” la abre; coge uno, dos, tres fajos de billetes, se los guarda en su short beige mientras el polo blanco que lleva puesto tapa la prueba del delito. No suficiente con eso coge los celulares que tiene a su alrededor. Levanta la mirada y como cualquier chiquillo que tiene su juguete favorito en las manos se va brincando de felicidad. ¿Alguien se dio cuenta? No. Sin embargo, las 9 cámaras de seguridad de la tienda de telas de don Wagner Matos ya tenían todo registrado.
En la escena aparecen también su tía Erika de 36 años, una mujer fornida, de cabello corto y rostro atractivo que antes de ingresar a la tienda bota el maniquí que se encontraba a la entrada, como para distraer al único vendedor. Afuera, está su hija Jennifer, una veinteañera tan hábil como su madre, ella se arregla el cabello para dar las señas a su primo Jaime, quien inmediatamente se percata que es hora del gran robo. Ingresa y hace lo suyo, para salir triunfante con el botín, por las puras no lo han entrenado desde los 6 años.
Fue a esa edad que Rosa Velarde, mamá de Jaime y Germán, cinco años mayor que él, los entregó a la tía Erika, a la más hábil y sensata, a la que supuestamente haría de ellos unos hombres de bien. Rosa nunca pudo tenerlos, su adicción a las drogas siempre fue más fuerte que el amor por sus propios hijos, y ni que decir del padre José Luis alias “Cuca” otro adicto que no tiene paradero conocido.
Desde entonces, Jaime aprendió a recorrer las calles siempre de la mano de su tía Erika, pasando primero por La Victoria, uno de los distritos más peligrosos de Lima. Allí en casa de su abuela Margarita Ninaquispe en el pasaje El Còndor, muy cerca de Gamarra, donde al levantar la mirada lo primero que se ve son cables saliendo de una casa a otra. “Es que aquí se roban todo: luz, teléfono, cable, todo señorita”, afirma uno de los cinco policías que resguarda la zona las 24 horas.
Pero de las ventanas de los sucios edificios color rosa no solo salen cables, sino rostros de dudosa apariencia que te marcan con la mirada cada paso que se da. Ya se estaba allí y no había forma de salir. Aquella dirección era la antigua vivienda de la familia Ninaquispe Velarde y no lo supimos hasta cuando salió un hombre muy mayor con tres mujeres detrás de él, quienes a viva voz replicaron “Aquí ya no viven, hace tiempo que se fueron ¿Quiénes son? ¿La policía no?”. En tono bajito, el hombre mayor nos dio referencia de la otra vivienda de Jaime. “Vayan a la cachina, al paradero 12 de Canto Grande”. Y cerró de inmediato su ventana.
Según el mayor Luis Camones de la comisaria de Apolo en La Victoria, lugar donde se denunció el robo, esta “famosa” familia anda cambiando de dirección, primero en la rica Vicky, como también lo conocen al distrito de La Victoria, luego a San Juan de Lurigancho, el distrito más grande del país y finalmente tienen otra vivienda en el cono norte de Lima en Comas. En ninguna se los encontró. Ni la policía, ni yo.
“La erika, tiene muy bien planificado todo, por las puras no tiene como marido a un colega” afirmó el mayor Camones.
¿Su esposo es un policía? Pregunto.
Ex policía, ya está de baja, más o menos hace 10 años que se pasó al otro bando.
¿Y cómo?
Por la Erika pues, se le calentó la cabeza y se fue con la chora. Concluyó Camones con cierto aire de lástima por su ex compañero.
Fue en 1993 que Erika, la cabeza de la banda, conoció a Alberto López ex Policía Nacional del Perú. Con su delgada figura, rostro atractivo y habilidad, Erika sedujo al ex comisario, un hombre blanco, de cabello castaño, ojos claros y muy bien plantado. “Ella no era nada, solo una delincuente de poca monta y en uno de sus atracos, cuando es capturada por López empezó todo, lo demás es conocido, él lo dejo todo y se fue con ella”. Sentencia Camones.
Hasta ahora siguen juntos, tienen cuatro hijos cuyas edades van desde los 3 años hasta las 14, quienes al parecer todavía no están metidos en el negocio de la familia. Ellos gozan de educación algo que nunca se le fue permitido a Jaime, y que a su hermano Germán solo se le fue dado hasta primero de secundaria.
Cuando Germán cayó en manos de la tía Erika, él tenía 11 años, una edad donde ya decidía qué hacer y no hacer. De manera que poco a poco se fue desligando de ella, para irse a vivir a Comas en casa de otros familiares, así me cuenta Margarita, la abuela, la única cara visible de toda esta familia, a quien encontramos en su casa de San Juan de Lurigancho, en la misma “cachina” que nos indicó el hombre mayor.
“Germán no está metido en nada” asegura la inmensa abuela, de cara ancha y cabello ensortijado, como diría el mayor Camones se parece mucho a un elefante.
Pero al preguntarle por Jaime, no sabe qué decir, con voz dudosa, mirando a todos lados, asegura “Él tampoco, está metido”. Retrocede el tiempo y empieza a recordar lo que sucedió la primera vez que la policía capturó al menor.
“Fue en enero de este año, aquella vez fui, porque mi hija Erika me llamó, me dijo que el Jaime se había perdido y que estaba en la comisaria de Cotabambas, que tenía que ir a recogerlo y fui”
¿Y no sabía nada de lo que sucedía con su nieto? Le pregunto
“No, allí me enteré que es lo que había pasado y como es menor de edad la policía me lo entregó. Luego le dije a Erika que ya no lo meta en más problemas, ni a mí tampoco” concluye.
Mucho caso no hizo a su madre, el 26 de febrero, otra mujer denunció el robo de 24 mil soles de la caja registradora de su local en Jirón Junín en la Galería La Moneda, en pleno centro de Lima.
“La modalidad era la misma, el pequeño abría la caja, sacaba el dinero y salía como si nada, justo me lo encontré en las escaleras cuando bajaba, pero como me iba imaginar que él iba a robarme” cuenta la dueña del local.
El único registro de Jaime es el que aparece en las cámaras registradoras de su último robo, pequeño, delgado, de cabello corto y tez canela, no parece tener sus 14 años, su frágil apariencia disimula muy bien el potencial delincuente que se está formando.
“A él lo han criado para robar, es una máquina para robar. Parece que este chiquillo todos los días ensayara, por eso la habilidad que tiene. Con una cuchara doblada abre cualquier caja, sin demora ni problema” cuenta sorprendido. Y sin dejarme hablar prosigue.
“Imagínese cómo va ser a los 20 años, un monstruo, un prontuariado delincuente así como toda esa familia” finaliza.
Casi toda la familia Ninaquispe – Velarde tiene antecedentes policiales y más de uno ha pisado la cárcel. Las tres hermanas, Rosa, Erika y la menor Sara son conocidas delincuentes, la última purga condena en el penal de Mujeres Santa Mónica en Chorrillos. Erika tiene dos denuncias por robo agravado en el 2007 y 2009.
Mientras que su hermano Juan Carlos también estuvo recluido en el penal de Lurigancho. Hasta la robusta abuela Margarita, estuvo denunciada por robo agravado en el 2008, pero como siempre no pasó nada.
El único que parece salvarse es el abuelo Juan, que según testimonios de sus vecinos de San Juan de Lurigancho, es una persona muy amable. “El problema son sus hijas, incluso el vecino tiene sus mototaxis, allí trabaja y la vecina tiene su puesto de golosinas y útiles escolares aquí en la “cachina” me cuenta un simpático vecino que no quiso revelarnos su nombre por miedo.
La cachina, ubicado en el paradero 12 de la avenida Canto Grande, es un mercadillo informal donde todo lo que se vende es robado. Encuentras desde carteras, pasando por celulares, ropa, zapatos hasta electrodomésticos. Sus vendedores tienen sus puestos sobre la arena, donde tienden un plástico en el piso y con cuatro palos levantan un techo de cartón o plástico. Algunos lo llaman “Ripley” como el centro comercial chileno, porque encuentras de todo, y la afluencia de la gente se incrementa los domingos.
Precisamente en una de las esquinas encontramos la primera vez a la gigantesca abuela, volvimos a la semana siguiente pero ya no estaba. En el puesto solo había una carreta donde vendía una mujer canchita pop corn y a su costado otra vecina hacia su agosto con la venta de papas. Al preguntarle, ninguna sabía nada.
A unas cuadras de la cachina está la casa, en el asentamiento humano Villa Hermosa. La mañana se muestra tranquila y nada hace suponer peligro alguno, más tranquilo que la casa de La Victoria es sin duda. En el primer pasaje de la manzana E, en la búsqueda del lote 7, una pegajosa salsa llama la atención. Al costado de esa casa está la vivienda de los Ninaquispe Velarde, la misma que figura en el Registro de Identificación Nacional (Reniec) de Erika.
Es una casa de 4 pisos, enchapado con mayólicas rosadas. Un portón marrón y unas rejas blancas muy sucias dan seguridad a la casa, al igual que las lunas polarizadas de las ocho ventanas que tiene en la fachada. Toc toc toc, tres golpes fuertes pero nadie sale, dos más, pero la respuesta es la misma.
Al parecer no hay nadie, incluso la casa parece abandonada, aunque los vecinos digan que siempre están allí. “Ayer domingo, estaban con sus hijas tomando, que raro que hoy no estén” me cuenta la dueña de una tienda cercana.
¿Y conoce a Jaime?, le pregunto.
¿Quién? ¿Porque son varios niños?
¿Al que cuida Erika, su sobrino Jaime? Vuelvo con la pregunta y describo al muchacho.
No sé, no tengo mucha confianza con ellas, veo muchos niños deben ser sus hijos pero su sobrino, no estoy segura quien será. Voltea y comienza atender a otra persona, mientras que mi botella de agua se va acabando, al igual que la paciencia.
Alrededor no hay muchos niños, seguramente porque son las 11 de la mañana y deben estar en la escuela. Sin embargo, me acerco a uno y como jugando pregunto por Jaime.
¿Cómo es? Me pregunta
Entonces, comienzo la descripción. Flaco, delgado, cabello corto y vive en esa casa, señalándola con mi dedo.
El pequeño se ríe, me mira y comienza a contar como si lo conociera, pero luego dice que no. Su hermano se acerca y lo jala, el menor no pone resistencia y se va con él.
Nadie lo conoce, no tiene amigos en el barrio, ni en ninguna escuela, porque nunca piso una. Me pregunto, ¿Alguien lo habrá visto correr tras una pelota?, brincar de alegría no por traer en sus bolsillos miles de soles, sino porque simplemente está feliz. Pero nadie responde, ni su propia abuela, a quien al preguntarle por Jaime solo dice que es un chico como todos. ¿Será feliz?, le pregunto y ella responde, como va serlo si no está con su papá ni con su mamá, fueron sus ultima palabras, se calló y no volvió hablar más.
En el Perú, las leyes dan como máximo treinta años de cárcel a los delincuentes que utilicen a niños para cometer sus delitos. Yolanda Llanos de la ONG Acción por los Niños, comentó que la sanción va desde 25 hasta 30 años de prisión a las personas que, bajo engaños, obligan a menores de edad a trasladarse, por ejemplo, a otra ciudad donde son inducidos a robar, mendigar o ejercer la prostitución infantil.
Además aclaró, que si se comprueba que los adultos son familiares o incluso los padres del niño, existe una doble responsabilidad, pues ellos deben velar por la seguridad y el bienestar de los hijos, darles buen ejemplo y brindarles calidad de vida. En este caso estarían exponiendo al menor al peligro.
Al preguntarle que pasarà con Jaime asegura que le podría corresponder una medida de protección, que podría implicar libertad restringida o su internamiento en un centro especial donde reciba asistencia psicológica especializada. Es decir lejos, muy lejos de ese entorno.
Hasta el momento, la policía anda tras los pasos de la tía Erika y de Jaime. Sin embargo, muchos avances no hay, al parecer el mismo mayor Camones decidió “calmar” la investigación. “Tenemos casi todo preparado, le estamos haciendo seguimiento, pero iremos con calma, poco a poco, además la abuela tiene que colaborar. A sus 54 años no puede ir de un lugar a otro sobre todo por el estado en el que está” lo miro y su tranquilidad me desespera.
“El hurto agravado con el agravante de utilizar a menores de edad” así se llama el delito por el cual estaría un buen tiempo tras las rejas Erika.
Con las ganas de ver sus ojos vivaces, pero a la vez tristes, porque así me lo imagino, me despido de ese pedazo de Lima tan jodido. Ya sobre un bus viejo con ventanas sucias, miro las calles, los negocios y su gente del bien llamado distrito más grande del Perú.
Un niño corre y pienso en Jaime, pero también en Rosquita, uno de los personajes de Oswaldo Reynoso, escritor peruano que en los años 60 publicó un libro que fue vetado por la verdad que contaba, se decía “Cuidado con soltar a Los Inocentes entre los jóvenes, pueden comenzar a pensar”.
Sigo con la mirada al pequeño, como la cámara ansiosa de seguridad, y coincido con Oswaldo en que Rosquita y Jaime son iguales, como él diría:
“Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio, que es todo un infierno; y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora, y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea. Pero sé que eres bueno y que algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia”.
El bus llega a la congestionada avenida Abancay, a unos pasos está la redacción. Camino, subo y bajo, ya en mi lugar y frente a mi computador. Leo “Una mujer no solo daba mal ejemplo a su hijo de 11 años, sino que le enseñaba a robar carteras en restaurantes. La fémina, fue intervenida por efectivos de la comisaría de Alfonso Ugarte”. Levanto la mirada y en el televisor la presentadora pasa la misma noticia, solo me queda cambiar de canal.









MARÍA FERNÁNDEZ ARRIBASPLATA (Perú) Tiene 26 años, nació en Miraflores, pero vive en Villa el Salvador. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente, trabaja en el Archivo Fotográfico del diario El Comercio, rescatando no solo fotografías, sino las historias que tienen cada una de ellas, para luego llevarlas al papel o sino a la web, vía el Blog Huellas Digitales.

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