El arte contemporáneo, ese que genera una relación de amor y odio por su recurrente incomprensión, atraviesa los ojos de Caroline Gomes de modo diferente. Pues esta adolescente parece entender el mensaje de cada obra, en su primera visita a la Bienal de San Pablo.
Un cuchillo de carnicero roza el cuello del presidente de Brasil, preso con sogas a una silla. Luiz Inácio Lula da Silva resiste, pero no puede escapar. Parado atrás de él, el artista pernambucano Gil Vicente sostiene el arma con una mano y, con la otra, le agarra con fuerza el cuero cabelludo. La amenaza se mantiene así: estática e inminente. Y en blanco y negro, pues la escena, dibujada con carbonilla, ocurre en una hoja de papel de 2 metros por 1,50, expuesta en la 29ª Bienal Internacional de Arte de San Pablo. La obra responde con fidelidad al lema de la edición actual de la muestra: es imposible separar arte y política.
Las escenas violentas y realistas de la obra Inimigos (Enemigos) que, además de Lula, deja vulnerables a personajes políticos, como George Bush, Kofi Annan y Mahmoud Ahmadinejad, son un imán que atrae los ojos curiosos de los visitantes. Ojos como los de Caroline Gomes, que se detiene a leer las fichas de cada una de las obras y las anota en una hoja arrugada de papel. Mira las fichas. Mira las obras. Y escribe. No se deja incomodar por la gente alrededor. Anota, anota todo. “Es mi obra preferida porque muestra la indignación del artista con los políticos”, opina con elocuencia.
Minutos antes de empezar el recorrido, un martes de octubre a las 10.30 de la mañana, un grupo de 13 adolescentes de una escuela pública del interior del Estado de San Pablo, entre ellos, Caroline, se reunía con el guía Jonas Rodrigues Pimentel. Era su primera vez en una Bienal de arte contemporánea. Al ser cuestionados si querían ver alguna obra en especial, varias voces respondieron en coro: “La obra que mata a Lula”. Jonas atendió el pedido y, en la mitad de la visita, llevó a los ocho varones, a las siete chicas y a la profesora al tercer piso, para contemplar la obra de Gil Vicente. Aprovechó para explicar la polémica que causó fuera de los muros de la Bienal, cuando la Orden de los Abogados de Brasil de San Pablo (OAB-SP) determinó que los dibujos hacían una apología al crimen y debían ser excluidos de la muestra. Levantando la bandera de libertad de expresión e independencia curatorial, los organizadores de la Bienal negaron el pedido. La polémica explica por qué los estudiantes de la pequeña Valinhos, una ciudad de 105 mil habitantes, a 90 kilómetros de San Pablo, ya conocían este artista y no a los otros 159 que también forman parte de la muestra. Luego de la explicación, Caroline miró nuevamente los dibujos y completó: “Pero no está bien poner la indignación en la forma de violencia. No se puede querer matar a esos políticos.”
De piel lisa y clara, ojos marrones y cara redonda, Caroline es alegre, pero demuestra constantemente una postura controlada. Es la única del grupo que anota religiosamente sus impresiones sobre las obras que conoce durante el paseo. “Me tengo que sacar un diez en el trabajo, sino mis papás me matan”, dice. Después de una breve pausa, agrega: “No me matan de verdad, pero se enojan”. Debajo de su hoja rayada, sobre el anotador, guarda el trabajo que debe completar después de la visita y se asegura de no perder ningún detalle.
Una gomita sujeta su pelo ondulado, castaño claro, y su flequillo descansa atrás de sus orejas adolescentes. Con poco más de 1,60 m de altura, usa un pantalón negro deportivo, con una cinta en las laterales que dice VALINHOS, nombre de su ciudad, una chomba blanca con el escudo de la Escola Municipal Integração y una chaqueta roja, con la misma cinta del pantalón. Lleva un bolso beige, en el que “sólo vas a encontrar libros”, le explica Caroline a la mujer de seguridad que la revisó al entrar al edificio.
La primera obra que el grupo visitó fue un documental sobre “pixação” [léase pishasaum, con el sonido nasal típico del portugués], un tipo de graffiti de formas tipográficas en apenas un color, realizado sobre edificios urbanos, con fuerte presencia en San Pablo. Considerado en general como una expresión transgresora que ensucia la ciudad, su principal marca es la lucha por llegar a muros de más difícil acceso. El grupo de adolescentes observaba las escenas en la gran pantalla, acompañadas de música electrónica como banda de sonido. Algunos se dispersaban. El guía esperó unos momentos antes de intervenir. Morocho, con rulos definidos, una barba que aparentaba ser de cinco días, vestía una camiseta rayada de manga larga y, encima de ella, una remera verde oficial de la Bienal.
- ¿Por qué las personas “pixan” la ciudad?, incitó Jonas.
- ¡Vandalismo!, responde uno de los chicos.
- Quieren marcar territorio, agrega otro.
El debate continuó hasta que el guía hizo otra pregunta.
- ¿Y qué los motivaría a hacer una “pixação”?
- No me motivaría nada. Nunca haría “pixação”.
La respuesta de Caroline lo desconcertó y no supo responder. Se escuchó un suspiro de alguien cansado con la discusión y el grupo pasó a ver otras obras. Mientras caminaban, se encontraban con otros grupos escolares. El ambiente no llegaba a los niveles de ruido y desorden que habían inundado la Bienal el domingo anterior.
Los grupos andaban juntos y se entrelazaban con adultos que caminaban con paciencia.
Talvez los jóvenes no lo sabían, pero el edificio que abriga el espectáculo de obras contemporáneas fue construido en 1957 especialmente para la Bienal de Arte de San Pablo, que hoy ya está a la altura de las grandes ligas del arte contemporáneo, con eventos como la Bienal de Venecia y la Documenta de Kassel. Junto a otros íconos arquitectónicos y museos de arte, más conocido como el Pabellón de la Bienal se encuentra dentro del Parque Ibirapuera, el pulmón de la metrópolis paulistana, con 1,5 millones de metros cuadrados de área verde. El Pabellón Ciccillo Matarazzo fue proyectado por Oscar Niemeyer, el gran arquitecto brasilero de 102 años, exponente de la arquitectura moderna. Por fuera, el edificio es una caja rectangular con paredes de vidrio y apoyada sobre pilotes. Pero por dentro, la experiencia es otra: sus 30 mil metros cuadrados están cubiertos de curvas y rampas que se entrelazan a la estructura y unen los tres pisos del edificio de modo integral.
El grupo llega a uno de los extremos de la construcción y, al lado de una de las barandas, se prepara para discutir otra obra polémica: Bandeira Branca (Bandera Blanca), del artista brasileño Nuno Ramos. Pocos días atrás, un amplio espacio entre los tres pavimentos, protegido por redes negras, estaba ocupado por tres buitres. Arte contemporáneo. Después de una semana de exposición, el Instituto Brasilero de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama), ordenó la retirada de los animales, alegando que estaban en un ambiente cerrado, si bien fueron criados en cautiverio, y expuestos a mucho ruido. Los adolescentes miraban curiosos el área vacía.
- ¿Qué les parece que un artista traiga buitres a una bienal de arte contemporánea?, pregunta Jonas.
- Me parece muy original, creo que tuvo una idea única. Por lo que sé, ningún otro artista hizo eso, dice Caroline, siempre la primera en responder.
- ¿Pero cuál es el significado de eso? ¿A qué te remiten los buitres?
- Son un asco. ¡Comen carne podrida!
- El león también come carne de animales muertos, responde Jonas.
- Porque el león es un animal más poderoso. El buitre es insignificante.
- ¡Es un ave!
- ¡Pero el león es el rey de los animales!, discute Caroline.
- Eso es una construcción cultural. Es algo que escuchamos desde que somos chicos. La idea del artista es justamente cuestionar estos símbolos.
La discusión con Jonas dejó a la adolescente pensando y Caroline acabó determinando que el artista quiso mostrar los prejuicios que tenemos con esos animales. Ese tema volvió a aparecer con la obra del angolano Nastio Mosquito, el cortometraje de animación My African Mind (Mi Mente Africana). En la sala oscura, Caroline miraba la sucesión de imágenes apoyada contra una pared, mordiendo su birome. En poco más de seis minutos, un collage de imágenes muestra de la historia africana del siglo 20, con sus estereotipos, conflictos y esclavitud, usando toques de ironía y humor.
Esta vez le fue más difícil a Jonas mantener la discusión con el grupo, pues la obra lúdica al lado, una estructura de madera de tres pisos con varios compartimientos, separados con telas claras, cada uno con un colchón y una almohada, distraía la atención de los jóvenes. La adolescente paulista, sin embargo, estaba siempre con alguna observación en la punta de su lengua. Para Caroline, la película trataba sobre la historia de los negros, de cómo vivían en épocas más primitivas y cómo se adaptaron a la cultura moderna. Jonas se tocaba los rulos del pelo y buscaba palabras para explicar que había cuestiones más profundas en esa obra. “El artista muestra una visión exótica de los negros, nuevamente es una construcción cultural, como la de los buitres. ¿Será que nuestra visión del África es verdadera?”. Caroline reflexiona y concluye que hay que tener respeto por los negros, pero que ellos también tienen que respetar a los blancos. Menos de una hora más tarde, Gabriel Pompêo, un estudiante negro de Comunicación Social, de 25 años, interpretó otro mensaje de la película: “Es una visión muy racista. Muestra cómo la ignorancia pasó a la historia”.
La mano izquierda de Caroline está llena de nombres de obras, informaciones de la Bienal y datos sobre el parque escritos con tinta de birome. No se le debe escapar nada si quiere llegar al diez en su trabajo escolar. “¡Si mi mamá ve algún vestigio de estas frases, me manda a bañar!”, cuenta la adolescente con ojeras. Sus padres, de hecho, aparecen con frecuencia en sus relatos. A la pregunta ‘¿qué querés ser cuando seas grande?’, ella responde: “Quiero estudiar una carrera que tenga futuro. Y estoy en duda: o soy escritora, porque me encanta escribir, o cirujana plástica. Para mis papás es eso u otra especialidad de la medicina”. Caroline parece tener que cumplir muchas expectativas, talvez desde muy chica. Su mamá eligió su nombre por la Princesa de Mónaco, Caroline Louise Marguerite Grimaldi, referencia que ya debe haber pesado en la vida de la hija.
Cerca del mediodía, la visita llega a su fin. La adolescente conoció y cuestionó, en una hora y media, 14 obras de las 850 que componen la muestra. “Siempre me gustó el arte, pero acá profundicé más el conocimiento, vi abordajes diferentes y conocí lo que los artistas piensan.” La experiencia de la Bienal la dejó más satisfecha que una visita a un museo tradicional.
El arte, para Caroline, son todos los modos que las personas encuentran para expresar y mostrar lo que sienten. Y no desmerece el valor del arte contemporánea por la dificultad de comprender su significado. La deja incómoda no entender, pero cuando eso le sucede, simplemente pregunta a quienes pueden darle una respuesta. “Cuando uno entiende, pasa a formar parte de la obra, empieza a mirarla de otra forma. Por ejemplo, ‘pixação’ para mí era una forma de vandalismo, pero ahora creo que puede ser una manera en que las personas expresan lo que sienten. Conocí un punto de vista completamente diferente al mío”.
Caroline revisa sus notas y se junta al grupo para salir en busca del colectivo que los llevará de vuelta a Valinhos. Sale con una sonrisa, quizás pensando en el trabajo que debe entregar. Si le preguntan cuál es su obra favorita, mantendrá su posición inicial: la de Gil Vicente, “porque está enojado con lo que está pasando en el mundo”.
CECILIA ARBOLAVE. Después de terminar su licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Austral, se mudó a San Pablo y realizó dos cursos de periodismo: uno en el diario Estado de S. Paulo y otro en la Editora Abril. En 2009 fue contratada en Abril, en la revista Casa Claudia Luxo y después en Minha Casa, donde trabaja actualmente. En ese tiempo hizo un posgrado de Periodismo Literario, en la Associação Brasileira de Jornalismo Literário (ABJL), algo que pretende profundizar en los próximos años. Y aunque sienta saudades, todavía no cambia la agitada San Pablo por su Buenos Aires querida
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