Por Diana Gamba
En las calles de Buenos Aires abunda el acento colombiano. Los argentinos se preguntan por qué tantos estudiantes de ese país vienen a esta ciudad. En estas historias, interprete la respuesta.
En la sala de espera del Consulado de Colombia en Buenos Aires sólo caben cuatro sillas. Esta mañana ninguna esta libre. Frente a la ventanilla de atención al público siete personas esperan a ser a tendidas; todas llevan carpetas en las manos y no parecen conocerse. Atrás del vidrio, cuatro funcionarios realizan trámites, hacen búsquedas en su computador y rehúyen las miradas de los visitantes, a sabiendas de que el más mínimo contacto visual desencadenará una serie de consultas.
Mientras esperan, algunos optan por identificar en el mapa la ubicación de algún municipio. Dos argentinos compiten por encontrar a Santa Marta y otros leen en una cartelera de corcho las ofertas de pizza y empanadas preparadas al estilo colombiano.
-El que sigue, dice por fin una de las funcionarias
-Yo vengo a hablar con el cónsul, le digo
-¿Mijita sacó cita con él?
Mijita. Hace tiempo que una persona -que no fuera mi mamá- no me llamaba así.
-Sí, anteayer, por teléfono
-Espérelo un momentico que él ya la atiende
Entro a su oficina. Podría ser un consulado de cualquier país. Nada de símbolos que la identifiquen, más allá del afiche de la mula cargada con bultos de café y Juan Valdez, el personaje publicitario que representa a los cafeteros colombianos.
Le pregunto al cónsul Juan Ignacio Ruiz cuántos estudiantes colombianos hay en Argentina.
-Imposible saberlo, se habla de 15 mil, dentro de los cuales cuatro mil son estudiantes de enseñanza superior. Pero yo creo que son más.
Le da dos golpecitos a una pila de papeles que tiene en la mesa y me muestra.
-Esto es porque dejé de venir un día. Todos los documentos pasan por mis manos. Todos estos son para hacer la convalidación del título de enseñanza superior y llegaron anteayer.
Ignacio Ruiz es cónsul de Colombia en Buenos Aires desde septiembre del 2009, pero también lo había sido en 1998 y desde entonces ha experimentado el incremento de colombianos en Argentina.
Una de las funcionarias irrumpe en la oficina.
-Cónsul, regáleme aquí una firmita
El cónsul toma un documento en sus manos, lo lee, firma y comenta:
-Esto es así todo el tiempo. Aquí el número de colombianos casi se duplicó en los últimos años pero los funcionarios somos los mismos. No tenemos una autorización para contratar más personal.
Era una situación que él ya preveía desde su regreso al cono sur. En su carta de bienvenida, presentaba disculpas por las incomodidades que pudiera generar la planta física del consulado y agradecía la paciencia que tenían los usuarios al realizar los trámites.
No obstante, para el cónsul, se podría ahorrar mucho tiempo y dinero si existiera un poco de planeación antes de viajar a Argentina.
-Aquí vienen muchos aventureros. Como decimos en nuestro país, personas que parecen bajadas con espejo y cuando se dan cuenta de que Argentina no era lo que esperaban, piden que los repatríen. Pero aquí no hay plata para repatriar a nadie, no somos Estados Unidos ni Francia.
Somos Colombia y esto es Argentina, el país que se vende como la oferta europea y ¡sin visa! de Suramérica, la alternativa educativa en castellano para quienes quieren mejorar su perfil profesional pero no tienen tanto dinero como para estudiar en Estados Unidos o Francia. La tierra de Gardel, del Che Guevara y de 15 mil colombianos.
Microempresas y rebusques
Rafael Bustamante viajó a Argentina para cambiar de ambiente. También tenía planeado estudiar un posgrado en la Universidad de Buenos Aires, UBA, pero ante todo, quería alejarse de lo que consideraba, la ‘corronchería’ bogotana. Es decir, en lenguaje costeño, lo ordinario. ¿Y qué mejor en Suramérica que el país de Borges y Cortázar? Esa fue la lógica que usó y viajó a Buenos Aires el 11 de mayo de 2001.
En su búsqueda laboral encontró la oportunidad de ser locutor de un programa de radio en el que se promocionaba una fiesta dirigida a la comunidad peruana. En pocos meses se convirtió en el animador de esa actividad y no tardó mucho en ver la oportunidad de organizar la primera fiesta colombiana. Fiel a su teoría según la cual, la historia se recuerda a través del estómago se inventó la fórmula “Sancocho bailable”, una reunión donde la gente festeja y disfruta de un plato de esa sopa tradicional en medio de la noche.
Al principio convocó a 100 colombianos, después a 200 y llegó a 300. Hasta que, según cuenta, uno de sus clientes le dijo: “No ‘hombe’, a nosotros llévanos a un lugar con más caché. Este barrio en muy feo”, y la fiesta se mudó a Palermo Hollywood.
El cambio era necesario pero no sólo por la solicitud de los clientes, sino porque el mercado estaba en ampliación. Antes de 2004 a Buenos Aires venían muchos médicos estudiantes de posgrado, pero desde ese año la migración se diversificó y empezaron a llegar los interesados en pregrados de cine y de fotografía. Entonces Rafael se convirtió en todo un empresario y, lejos de europeizarse, aprovechó el acervo cultural de su país para hacer negocio. El año pasado trajo a tres grupos vallenatos y en el 2008 estuvo al frente de la celebración del Día de la Independencia, el 20 de julio.
En esa ocasión se le vio pasear entre la multitud con su sombrero ‘vueltiao’, considerado símbolo cultural del país. Parecía conocer a una persona en cada grupo. Tomaba whisky y pasaba caminando a ritmo de cumbia, saludando y bailando esporádicamente con las mujeres que se le atravesaban. “Yo me vine queriendo salir de la corronchería pero me di cuenta de que mi verdadera identidad es esta: la corroncha”.
Lo mismo le sucedió a María Rodríguez, quien pasó de ser funcionaria del Ministerio de Justicia a fabricar y vender arepas con queso en la puerta del consulado de Colombia en Argentina o a Juan David Ruiz, estudiante de cine y televisión en la universidad de Palermo que aprendió a hacer empanadas caleñas hace tres meses y ahora las vende a través de Facebook.
Resulta lógico que un inmigrante refuerce el uso del lenguaje y de las costumbres que lo hacen parte de determinado de país, es un salvavidas que lo protege en un terreno desconocido, casi una cuestión de supervivencia. Pero la realidad de estos personajes no habla de un proceso de fortalecimiento de identidad sino de la escasez laboral que se enfrenta en Buenos Aires. Restaurantes, call centers y kioscos son algunos de los escenarios donde es posible encontrar a un colombiano. Sólo unos pocos logran insertarse en el mercado laboral, claro, esto no significa que la situación sea más fácil para ellos.
Colombianos en blanco
Son las tres de la tarde en Buenos Aires y la sala de juntas de la agencia SRP huele a comida colombiana. En la mesa central descansan dos recipientes con lentejas y arroz humeantes. Sus dueños no están a la vista.
En el mismo espacio de la oficina, tres mujeres trabajan en sus computadores, en silencio. Abundan cajas de cartón apiladas en las esquinas, recetarios de marketing y pocillos con cunchos de café seco. Al parecer, las revistas institucionales ya no caben en los armarios y ahora reclaman cada espacio libre. Para mover el mouse, estas mujeres se han agenciado diez centímetros cuadrados de espacio en su escritorio. En ese radio mueven su mano. Hacen clic mientras la comida se enfría.
Aparece el primero de los dueños. Favián –se escribe con “v”- pasa a la cocina, pone agua a calentar para el café y regresa con dos tenedores.
-¿Y Jessi no va a comer?, pregunta María, una de las tres argentinas que trabaja en la agencia. Sumada a los dos dueños y el gerente general, son cinco los empleados locales y cuatro los colombianos.
-No, está terminando una cosa y ahora viene
-Pobre, mirá la hora que es
Favián llegó hace un año y medio a Argentina con la idea de terminar su carrera de diseño gráfico, pero fue un viaje tan improvisado que ni siquiera sabía los requisitos que exigía la UBA para ingresar. Cuando supo que le llevaría más de cinco años completar sus estudios no supo bien cuál era la alternativa, pero no podía regresar. Eso sí, necesitaba conseguir un trabajo porque su capital disminuía con cada almuerzo. Buscó como diseñador, ilustrador, retocador de Photoshop y terminó en la cocina de un restaurante ayudando con la limpieza.
Jessica trabajó en una panadería y después de cuatro meses, consiguió entrar a esta agencia. Ella camina lento y si no es porque se le ve, podría pasar inadvertida por los lugares que transita. Llega a la mesa y le hace una mueca como de sonrisa a Favián. Se sienta a almorzar, cuchichean y hay pequeñas carcajadas mudas. Eran novios cuando vinieron de Bogotá pero la rutina les desgastó la relación y hoy intentan la fórmula de los mejores amigos que viven juntos.
La decisión de venir a Argentina la tomó 15 días antes de viajar. Cuando su padre supo que Favián iba a “estudiar en el exterior” le dijo:
-Mija, y usted por qué no se va para allá también y estudia alguna cosa…aquí está muy verraca la situación.
Y ella, con la idea de la educación gratuita en Argentina y la conciencia de que “el colombiano no se vara”, no lo pensó dos veces.
Son las tres y 40 y un tercer colombiano se sienta a la mesa. Come fríjoles con arroz. Su brazo tatuado con dragón sujeta el recipiente plástico con un limpión de cocina para no quemarse.
-¿Ustedes saben si hay que venir el Jueves Santo?, pregunta Natalia, una cuarta colombiana en esta oficina.
-Ni idea, responde Andrés
-¿El año pasado vinieron, María?
-No, pero igual yo no pienso venir
-Es optativo –dice Romina, la programadora web- si vos no querés, no venís.
Se cruzan miradas entre los cuatro colombianos. Optativo. ¿Qué pasaría si decidieran no venir?, ¿si ahora a la tarde le dijeran a su jefe que quieren descansar?, ¿que llevan cuatro fines de semana trabajando y que en los últimos meses han hecho el doble de las horas extra permitidas al año? ¿Los amenazarían con despedirlos?, ¿y en qué trabajarían?, ¿de nuevo en cualquier cosa? Se rompe el silencio.
-A mí me dijeron que viniera, dice Natalia
-A mí también, dice Jessica.
Llega Sergio, el jefe. Mandíbulas a masticar y dedos a hacer clic. Silvina, una de las accionistas de la agencia, dice que le encanta contratar colombianos porque son muy buenos trabajadores, responsables y tranquilos. Ellos por su parte, ven en esta agencia un trabajo donde mal que bien pueden desempeñarse ‘en lo suyo’.
Ellos representan al grupo de colombianos que ha logrado vincularse al escenario laboral porteño. Un medio que no está exento de tratos desiguales y abusos por parte de los empleadores. Sin embargo, ni este es el único lugar donde se saca provecho de la realidad del inmigrante, ni todas las personas corren con la misma suerte. Esta sería la esencia de la idiosincrasia colombiana. El optimismo frente a cualquier argumento. El mismo que ha convertido a la migración colombiana a Argentina en la de mayor crecimiento en los últimos dos años.
DIANA GAMBA Periodista y fotógrafa colombiana. Vive en Argentina como otros 15 mil colombianos. Después de una breve experiencia laboral en Bogotá descubrió su pasión por los viajes de ruta y por la narración. Espera encontrar en la crónica y la fotografía la comunión de sus placeres.
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Que buena nota! muy interesante!! yo soy colombiana y estoy buscado departamentos en buenos aires para irme a vivir allí por un tiempo espero poder tener una grata experiencia laboral
ResponderEliminarjajajajaja.... me pasó lo mismo en el consulado... 4 sillas, 15 personas, poca ventilación, nadie es capaz ni de decirle a uno que tome un turno..... y recomendacion, antes de venir, miren el mercado laboral en su área y si tienen experiencia trabajando ... mucho mejor!
ResponderEliminarEstá muy chévere tu crónica,...Hace rato que me vengo preguntando por la situación laboral de los colombianos en Argentina. En gral me ha sido difícil conseguir trabajo acá, a pesar de que soy profesional y acá hay pocos. No sabía si era una cuestión del país, del ser extranjero o cualquier otra cosa. Por lo visto la situación es genérica, la mayoría de los colombianos que conozco trabajan en call centers (menos los médicos). Opté por el trabajo independiente, y eso me llevó a rechazar un par de trabajos en mi profesión que surgieron azarosamente. Creo que la mayoría viene con la idea de estudiar e irse....
ResponderEliminarMe gustaría saber por qué la mayoría de los colombianos vienen para estudiar diseño gráfico...(??)
ResponderEliminarOye, también me pareció genial tu artículo. Como que muy verosimil en todo sentido. En mi universidad (la fuc, la universidad del cine) el ratio es mas o menos parecido, sino mayor. Y creo que en 4 años de carrera el aumento es aún mas notorio. Pero si, tu artículo, en serio muy bueno. 15K colombianos te responden univocamente "si parce, estoy en las mismas"
ResponderEliminarbueno hay dios que mundo este, todos queriendo estudiar y viajar y siempre nos tienen como marionetas, pero bueno quien lo vive es quien lo goza
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