Por Melisa Miranda Castro
Paola Miranda es ecuatoriana. A los 15 años se fue a vivir sola a Nueva York con un contrato de modelo. Vivió en España y después se instaló en Miami, donde logró un lugar en la televisión tras ganar el concurso “Miss Colita Tropical” de Don Francisco. Se estaba lanzando como cantante cuando vino a Argentina y se convirtió en vedette.
El encuentro es a la mañana. Sólo así se puede compartir toda una jornada con una vedette de “Fantástica”, uno de los espectáculos más convocantes de la cartelera argentina. Paola Miranda es una de las integrantes de esta obra. La noche anterior terminó tarde porque después de las funciones tuvo un recital y hoy sus actividades arrancan relativamente temprano.
Es sábado y ya son las 11 am en Buenos Aires. Llego al gimnasio donde Paola, una morocha despampanante, pasará tres cuartos de su día y la espero en la recepción. Quince minutos después entra. Viste una calza azul, tan ajustada que parece pintada en su cuerpo, y un tapado de paño color café con leche para protegerse de los 3 grados que hacen afuera. De los brillos que luce sobre el escenario sólo conserva algunos en sus lentes de sol, detrás de los que oculta sus ojos verdes todavía un poco dormidos. Mide 1,75, aunque al verla se diluye el imaginario de mujer amazónica que proyecta desde la TV. Sus brazos y piernas son muy flacos, pero conserva las curvas latinas intactas. Se sienta en el bar, saluda a su coach y a su bailarín, que son el equipo del certamen televisivo “Bailando por un sueño” del ciclo “ShowMatch”, el más visto de la Argentina.
Me presento y empieza la charla. Mientras toma un café con leche y una medialuna de grasa para encarar un día de mucha exigencia física, me cuenta su historia. Nació en Guayaquil (Ecuador). A los 13 años se escapó del colegio para presentarse a un concurso de un programa de televisión, ganó y volvió a la casa a las 2 de la madrugada. “Nunca me voy a olvidar de la paliza, porque mis papás no sabían nada. Me pegaron y después me preguntaron”, recuerda.
A los 15 se fue a vivir sola a Nueva York con un contrato de modelo. También estuvo en España y después se instaló en Miami, donde logró un lugar en la televisióne tras ganar el concurso “Miss Colita Tropical” de Don Francisco. Hizo radio y se estaba lanzando como cantante cuando vino a la Argentina y se convirtió en vedette. “Yo esperaba que se abriera la puerta de la música, pero se abrió la del teatro y lo estoy aprovechando. Nunca me imaginé que iba a estar en teatro de revista. Yo no sabía ni lo que era, en mi país ni siquiera existe. Al principio me costó porque acá se trabaja mucho mostrando el cuerpo, salgo con ropa muy chiquitita, con conchero, con tetero.
Estamos todos muy expuestos en el escenario y al principio eso me daba pudor.”, reconoce.
Termina su desayuno y va a la sala de ensayo. El bailarín y la coreógrafa ya están armando la secuencia de pasos. Tiene sólo dos días para aprenderlos y ayer no pudo practicar porque estuvo haciendo fotos para una revista. Entonces ahora tiene que memorizar dos cuadros, el del concurso y el de un show musical que hará también en el programa.
En el salón Astrid, la coach, le explica la breve actuación previa que tendrá la coreografía.
Astrid:-Vos vas a estar sentada con las piernas abiertas leyendo tu diario íntimo y Gastón va a estar arrodillado queriendo espiarlo. Entonces Marcelo (Tinelli) seguro va a decir algo como “pero ¡qué es esto! ¿En serio empieza así?, ¡parece sexo oral!”
Gastón:- Viste que Marcelo siempre se engancha con nosotros, otros quieren pero no les da bola. La última vez entre previa y baile estuvimos nueve minutos al aire.
Paola:-¿Y si me hago la enamorada de Marcelo? ¿Quedo muy babosa no? Aunque está bueno que el se me tira y me da el pie.
Suena Britney Spears con “Hit me baby one more time” y a medida que pasan las horas Paola se pone más nerviosa. “Estoy al horno”, dice, adoptando una frase bien argentina para resumir que está en problemas. “Esta pinche vuelta no me sale”, protesta, esta vez con un regionalismo de otro lado. Hace un corte en el ensayo y realiza un llamado. “¿Estás viniendo? Necesito que me traigas la filmadora para grabarla a Astrid y después verlo. No, necesito que vengas antes”, es todo lo que dice antes de colgar sin despedirse y continuar en lo suyo.
Cerca de las 2 p.m. llega Jorge Schamy, su productor general y manager, con una notebook bajo el brazo y la filmadora. Se sienta en un rincón, se presenta y me dice que él puede contarme mejor cómo es un día de Paola. “De las 24 horas del día, 23 está conmigo, Paola no va sola a ningún lado”, afirma.
Hace cinco años que trabaja con ella. Fue él quien desde Miami hizo el contacto para que viniera a la Argentina a grabar un disco con Juan Marcelo (del grupo Juan y Juan). Ahí es cuando entró al equipo Raúl Palavecino, que es el responsable de la prensa de Miranda. Raúl fue quien golpeó las puertas de uno de los productores de “Vedettisima” para que ella se ponga las plumas por primera vez.
No sentamos con Jorge en el bar del gimnasio mientras Paola termina de aprenderse el hip hop. El relato de George (como lo nombran) se ve interrumpido por los varios llamados que recibe a sus dos celulares. “Paola es sumamente exigente con el trabajo y con las personas que la rodean; al nivel de ser insoportable”, se ríe. En eso, ella se asoma y le reclama que le dejó más de 30 alertas en el celular para que vaya a poner la música para el ensayo. Así que Jorge deja el bar y se une a la práctica. Ya van cuatro horas que el cuerpo de la ecuatoriana baila sin descanso.
Los días de Paola suelen ser caóticos, ensaya todos los días por la mañana para “ShowMatch”. En la tarde comienza el recorrido por los programas de chismes, pero antes va a la peluquería y se lleva cambios de ropa para que no la vean vestida igual. Cuando termina el raid televisivo, va a sus clases de canto con Carlos Vittori, pasa a bañarse por la casa y después a las funciones de la revista “Fantástica” o a grabar “ShowMatch”. Confiesa que casi siempre come mientras va viajando de un lado al otro y a veces ni siquiera tiene tiempo para eso. Hoy el día es más tranquilo pero no menos intenso, de hecho no pudo almorzar. Después de ensayar sólo tendrá unas horas para pasar por su casa antes de ir al teatro a hacer doble función a sala llena.
Ya sin Jorge, mi charla continúa con Raúl, que acaba de llegar. Él conoce a Paola de los últimos tres años en los que ella se radicó en la Argentina. Siempre había trabajado promocionado artistas de teatro dramático, pero sabía con qué códigos moverse. Al principio, como no conseguía que le hicieran nota en ningún lado, hacía que Paola fuera a todos los eventos donde sabía que iba a haber prensa, para darla a conocer. Hasta que una revista le hizo una nota con el título: “Matías Alé es dulce, lindo, guapo y viene bien equipado”. Eso resonó bastante y Jorge Rial, el conductor de “Intrusos en el espectáculo”, la llamó para que vaya al programa.
“En el verano fue más fácil porque empezaron los problemas en la obra ‘Vedettísima’ y Paola fue la primera que salió a defender la compañía. Eso le sirvió mucho como pantalla”, explica Raúl.
Las decisiones en la carrera de Paola la toman entre los tres (Palavecino, Schamy y Miranda). “Si no fuera por el grupo no hubiera funcionado. Te digo más, cuando Paola llegó, iba a hacer un espectáculo y los tipos se me acercaban a preguntarme cuánto cobraba. Se confunden. Hay chicas que acceden, ella no lo necesita. Pero mirá si estaba sola”, confía en la mesa del bar, mientras detrás del vidrio se la ve a la morocha exigirse y repetir la coreografía de su show musical una y otra vez.
A Paola lo que más le costó de Argentina fue entrar en el juego mediático de las “guerras de vedettes” que se arman cada temporada, cuando hay que promocionar las obras. Las peleas en cámara son el ABC de la profesión y son el camino más corto al estrellato.
Según la periodista de la revista Paparazzi, Noelia Marino Santone, para convertirse en vedette hay que “haberse vinculado sentimentalmente con algún deportista, músico o actor; tener buenas curvas y una lengua filosa, y tener la picardía de aprovechar los cinco minutos de fama”. El relacionista público Gustavo Martínez coincide: “En el sistema perverso generado a partir de los medios, en donde se cree que solo los escándalos y las peleas rinden en el minuto a minuto del rating, estas actitudes les sirven a las vedettes para posicionarse en una primera instancia”.
La ley de la selva es así, la supervivencia de la más escandalosa. Ser revoltosas no sólo les da exposición y un mejor lugar en la marquesina sino que les aumenta la billetera. Los que las contratan para desfiles, las campañas graficas, presencias en discotecas o fiesta privadas prefieren a las más mediáticas, porque la gente quiere conocerlas y tomar partido en la guerra.
A Paola le costó mucho entender estos códigos. “No me gustaba, sigue sin gustarme, pero aprendí que si uno muestra su carácter y se muestra tal cual es, también le puede ir bien”, afirma. Estas discusiones suelen ser parte del juego mediático. “Las peleas están armadas o empiezan como algo pautado y terminan siendo un enfrentamiento en serio. Conozco casos de gente que se odia ante cámaras y luego comen juntas”, asegura el relacionista público. Paola reconoce que no tiene amigas, pero sí buenas compañeras en el medio.
Pese a que es parte de su rutina diaria aparecer en los programas de chismes, no se sabe mucho de la vida privada de Paola. Pocos saben que tiene una hija de 9 años llamada Ernestina, que hace más de un año que está en la Argentina viviendo con ella. No se le conocen parejas ni se la ha relacionado con nadie. “En un momento que veíamos que no funcionaba, lo planteamos un montón y hubo posibilidad de hacer cosas con gente mediática, pero sabíamos que iba a ser otra botinera más (mujer que sale con futbolistas). Por suerte no llegamos a eso. Ella jodía con que quería una tapa, pero una tapa es por algo”, confiesa Palavecino sobre las posibilidades de hacerla conocida por un romance con un deportista.
Ya son las 5.30 pm. La intérprete de “Te doy todito” terminó de ensayar después de más de seis horas. Va a su casa a bañarse y a descansar antes del teatro. Nos despedimos, para reencontrarnos tras bambalinas. Previo al inicio de la función de las 8.30 pm, logro entrar al teatro. El productor de la obra da el “ok”, mientras las personas –en su mayoría matrimonios que rondan los 50- hacen cola para ver el espectáculo.
Accedo al detrás de escena, una vez que cruzo casi a oscuras el costado del escenario. Una mujer rubia que hace de guía me deja en el pie de una escalera y me indica cómo llegar desde ahí. En el segundo piso está el camarín de Paola. Todavía se está maquillando, así que espero un rato en la puerta.
El pasillo está recién pintado, aunque la humedad ya hizo estragos. La ventana de la escalera está rota, tapada con un cartón corrugado para evitar que entre el frío. El camarín de Paola, en cambio, es otro mundo. Lo decoró a su gusto con un estampado de leopardo (en los sillones y las paredes). Incluso ella me recibe con su bata de animal print. En el espejo tiene pegadas fotos personales y entrevistas suyas. Ahí se la puede ver con su hija y con su enorme perro dogo Burdeos.
Le preguntó si tiene algún ritual antes de salir a escena y me responde que no, que sólo se encomienda a Dios y se concentra para que todo salga impecable. Desde afuera se escucha la advertencia: “En quince minutos salimos”. Es mi hora de esperar en la butaca a que se levante el telón. Me pongo a pensar en lo que fue y es el teatro de revista en este país. Se me vienen a la cabeza nombres como Gloria Guzmán, Nélida Lobato, Moria Casán y Carmen Barbieri, entre otras, que han portado las plumas y el conchero con gran orgullo, desde 1924, cuando el teatro Maipo estrenó las primeras obras, que tenían sus antecedentes en París. Casi un siglo después, los espectáculos de vedettes encabezan la taquilla durante el verano y sus entretelones y peleas copan el rating de todos los programas de chismes de la tarde. A esto se le agregó un ingrediente más: “ShowMatch”. Unos pocos minutos en el programan pueden conseguir un contrato para el teatro.
Poco antes de las 9 las luces se apagan, se levanta el telón y comienza el show de plumas, brillos y escaleras. No es el Lido ni el Moulin Rouge. Pero al estilo argentino, el género de la revista ha hecho de este país uno de los pocos bastiones en los que todavía sobrevive.
MELISA MIRANDA CASTRO (Buenos Aires, Argentina, 1983) Estudió Periodismo en la Universidad Católica Argentina, donde una vez recibida trabajó durante cuatro años como asistente en una materia de redacción. Inició su carrera un diario nacional en el que estuvo tres años. Desde entonces y hasta ahora forma parte del staff de una revista, que comenzó siendo de espectáculos y terminó saliendo los domingos con un diario recientemente lanzado. Hasta ahora, lo único que tiene claro sobre su carrera es que le gusta escribir y contar historias.
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