Como en todo el mundo, en Argentina hay miles de devotos de la PlayStation 3, una consola cuyo precio duplica el salario mínimo vital y móvil. Pero para un fanático, la diversión no tiene precio.
No muy lejos de este lugar nació el futbolista que deslumbra al mundo con la camiseta blaugrana y parece escapado de una playstation. Este lugar es un bar: San Martín y Centeno, zona sur de Rosario, una de las principales ciudades de Argentina. El chico que ahora aparece nunca metió ni meterá uno de esos goles que dan la vuelta al mundo y arrancan voces de admiración. Al menos no los meterá con los pies, aunque con un joystick en la mano haga definir al Messi virtual con idéntica categoría.
Como buen fanático.
Se llama Walter Distéfano. Es estudiante de Arquitectura y creador de un foro de fans de PS3 en internet. Morrudo, de ojos oscuros e inquietos, tiene pinta de cubrir bien la pelota cuando juega al fútbol con sus amigos dos veces por semana. Lleva un pulóver de hilo gris y el pelo salpicado de mechas amarillas, levantado en una cresta casual. Sus dedos son grandes pero ágiles, producto de los años de entrenamiento con el DualShock. Tiene 21 años, casi la misma cantidad que se cumplen del lanzamiento de la consola que abriría el museo personal con el que sueña para cuando tenga casa propia: la Sega Génesis. El museo se completará con pósters, figuras, más de seiscientos juegos y las viejas consolas que pasaron por sus manos antes de embarcarse en la PS3.
—Todavía funcionan —dice.
Toma café con leche y a veces se interrumpe para mojar una de las tres medialunas saladas que le trajo el mozo en una canastita de mimbre.
—A los 4 años arranqué con la Sega Génesis. De chico jugaba con mi viejo; le gustaban sobre todo los de fútbol. En el 98 me pasé a la Play 1. Los juegos eran accesibles y llegué a tener como quinientos —dice.
Más adelante pudo comprar la Play 2 y, por supuesto, un tropel de juegos. Aunque a partir de los 16s el espacio que llenaban los videojuegos empezó a ser ocupado por las salidas con amigos, el gimnasio o los deportes. Cuando se lanzó la 3 recuperó el entusiasmo. Afirma que tiene alrededor de cien juegos originales pero no se excede: sólo dos horas por día en épocas de exámenes. En verano, con más libertad, puede jugar hasta cinco. Repite como un mantra la recomendación de parar diez minutos cada dos horas. Vive con la madre, el padre —ahora, con más de cincuenta, todavía se prende en algún partidito de play— y un hermano de catorce al que, a veces, hay que pararle el carro.
—Se clava como ocho horas. Yo le digo que afloje, que haga otra cosa, algún deporte. Tenés que tener un límite.
La PS3, dice Walter, es una consola pensada como centro multimedia del hogar. Reproductor de audio y video de la más alta definición. Sirve para navegar en internet, hacer videoconferencias o conocer a otros jugadores en cualquier parte del mundo. Como consola, además, está apuntada a jugadores experimentados que vienen de la 1 y la 2. Eso explica que, a diferencia de la Wii o la Xbox 360 —“más familieras”—, para la PS3 haya pocos juegos infantiles y tantos para adultos. A través del foro conoció a más de cien personas y la variedad de edades reafirma su teoría. Desde chicos de diez años que van con los padres hasta médicos o abogados que pasan los cincuenta y siguen gastando los botones de un joystick.
—Hay una creencia popular de que los videojuegos son solamente para jóvenes. Te sorprendería saber cuántos tipos grandes le roban horas al sueño con tal de seguir jugando.
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Una noche en la puerta de la tienda Yodobashi, en Akihabara, puede ser larga. Pero no para los más de mil fanáticos que esperaban hacerse con una de las ochenta y dos mil Play Station 3 que el 11 de noviembre de 2006, salieron a la venta en Japón y se agotaron en pocas horas.
Tomoaki Nakamura, 41 años, poseedor de todas las consolas previas, ocupó un lugar en la fila frente a la tienda Yurakucho de Bic Camera, en Tokio. Dijo, según las crónicas de la fecha, que esperó ese día por mucho tiempo. Que jugaría todo el fin de semana y ni siquiera habría tiempo para comer.
Como buen fanático.
En Nueva York, en ese mismo momento, la gente hacía cola frente a una tienda de Union Square. También en Burbank, California. En los Estados Unidos la PS3 se lanzó recién el 17. Con sillas plegables y mochilas con víveres, los norteamericanos hicieron guardia para hacerse con alguna de las 400.000 consolas que se agotaron enseguida. Hubo, también, quien supo especular: la consola comprada a unos 600 dólares se revendía, al cabo de un par de semanas y en eBay, en unos dos mil. O en tres mil para navidad.
Escenas como estas no ocurrieron en Sudamérica. No sólo porque el precio de la Play Station 3 es prohibitivo para la mayoría de sus habitantes: llegó cuando ya llevaba casi dos años en el mercado. Los fans más devotos se la hacían traer desde Europa o Estados Unidos sin amilanarse por la cantidad de dólares que debían desembolsar.
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El precio es uno de los inconvenientes que mencionan los detractores pese a que su valor en el mercado ni sobrepasaba los 250 dólares, menos de los 800 que invirtió Sony para su fabricación. La división juegos de la Sony, para marzo de 2007, declaraba una pérdida de casi dos millones de dólares. El lector de Blu-Ray era uno de los factores principales: cuando salió la PS3, en España se conseguía a 599 euros, casi la mitad de lo que costaba un reproductor de Blu-Ray independiente. La apuesta de la compañía era recuperarse con las ventas de juegos y periféricos. Con los nuevos modelos abarataron costos y desde hace algún tiempo, según las noticias que circulan, los números se habrían invertido dejando ganancias de 40 dólares por unidad.
Pero el precio no es lo único. Además de muchos comentarios desfavorables durante los primeros meses, de acuerdo a cifras de la página de estadísticas de videojuegos VG Chartz, es la consola de tercera generación menos vendida alrededor del mundo: 37,9 millones de consolas contra los 43 millones y medio de la Xbox 360, y más de 74 millones de la Wii. Muy lejos de los 137 millones que alcanza la PS2.
El combo más reciente incluye el juego Infamous y su costo en Argentina alcanza los 900 dólares, unos 3.600 pesos argentinos. Sin tener en cuenta las diferencias de poder adquisitivo entre la economía estadounidense o la europea comparadas con la sudamericana, el precio es privativo. En Argentina, el salario mínimo, vital y móvil es de $1.740 —la mitad de una PS3— y no todos lo alcanzan. Un salario que, de acuerdo a un estudio reciente de la Universidad de Belgrano, es el de más alto poder adquisitivo en Latinoamérica, al considerar un índice de paridad para establecer la comparación. Resumiendo: el precio del ‘bicho’ con combo incluido equivale a tres veces la Canasta Básica Total (CBT), es decir, el monto mínimo que necesita una familia argentina para no estar por debajo de la línea de la pobreza.
En pocas palabras, el costo del ‘bicho’ equivale a unos cien kilos de carne, prácticamente el doble del consumo anual per cápita.
Y eso es sólo la consola. El precio del juego God of War III, según en la página oficial de Sony, es de $448,99. Si se agregan periféricos —joysticks, headset, cámara, volante, instrumentos— hablamos de una inversión que es preferible no calcular: solamente un joystick original DualShock inalámbrico ronda los $400. Y un combo PS Move —la flamante incorporación de la familia PlayStation, siguiendo la línea de la Wii: control por movimiento— está en $900.
Como buen fanático, Walter intenta tenerlo todo. Compró el headset original de Sony, “que cuesta el triple”, la cámara web, cuatro joysticks DualShock, el control remoto, el pack de Guitar Hero que incluye dos guitarras, batería y micrófono. Walter no tiene una PS3: tiene un parque de videodiversiones privado. La consola está conectada a un LCD de 40 pulgadas y a un equipo de audio de 1500 watts con salida 6 en 1.
—Cuando juego al Call of Duty esto parece una película.
—O un campo de batalla.
—Sí. Igual el equipo nunca lo usamos a más de un diez por ciento de lo que tira. Este sonido es para musicalizar un camping.
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La nueva generación de consolas abrió otro universo, favorecido por la batalla de Sony con la pitartería: el modo online. Eso, dice Walter, es algo muy apreciado entre los fans.
Uno de los aspectos importantes lo brinda la posibilidad de jugar con gente que está en cualquier rincón del mundo, con el aditivo de no enfrentar a una máquina —con sus reacciones lógicas— sino a otra persona que piensa y reacciona de modo impredecible. O se puede jugar en modo cooperativo: con periféricos como el headset, se puede hablar con otro jugador de España o Estados Unidos y definir estrategias en conjunto.
—Es casi un simulacro de Swat —dice, sin ocultar su entusiasmo.
Otro aspecto fundamental son los trofeos. “Cada juego, además de tener la campaña o los multijugadores, tiene desafíos que otorgan un premio virtual de diferente graduación: bronce, plata, oro y platino. Por ejemplo: si la campaña normal lleva catorce horas, un trofeo es terminarla en diez. O matar treinta enemigos de un disparo en la cabeza.” Esto genera mayor entusiasmo y competencia: los fans tratan de superarse a ellos mismos y a los demás. Y alarga la vida útil de los juegos. Con la PS2, donde las copias piratas costaban unos dos dólares y medio, un juego terminado se destinaba a un estante. A uno de ochenta dólares hay que sacarle jugo: se termina y se vuelve a jugar para cumplir los desafíos.
Luisito es amigo de Walter. Vive hacia el lado del City Center Rosario —uno de los casinos más importantes de Sudamérica—, donde la ciudad se empieza a desvanecer para darle paso a la autopista, a casi un kilómetro de la calle por donde pasa la única línea de colectivos. Pero Luisito tiene una ludopatía diferente. Trabaja en una verdulería los lunes, martes, miércoles y el fin de semana. Jueves y viernes se queda adentro y se mata con la play. Juega hasta 15 horas por día. Los trofeos de platino son los más difíciles de conseguir: hay que adquirir, previamente, todos los demás. Un usuario común tiene cuatro o cinco platinos: Luis tiene treinta y uno, cinco consolas liquidadas y pulgares que vuelan.
—Es capaz de jugarte un Barbie Recargado con tal de sacar trofeos —dice Walter.
Y no se ríe.
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No parece venir de una familia que pueda bancarle esos lujos. Walter titubea y se muestra incómodo cuando le pregunto cómo mantiene la play sin un ingreso mensual propio. Después de algunos rodeos cuenta que un pariente trae juegos desde Estados Unidos. Walter hace de intermediario con los amigos o la gente del foro y se queda con una comisión. Así puede solventar parte de los 130 dólares mensuales que gasta en juegos o periféricos. También consigue códigos de tarjetas virtuales para comprar en la la tienda online de PS3. Hay que depositar en una cuenta el monto que pide el vendedor y éste pasa el código de una tarjeta con saldo precargado, que siempre es mayor al depositado. Después se pueden descargar juegos o armar cuentas comunes con varios usuarios para abaratar costos.
—Una cuenta la podés cargar en varias consolas —explica—. Vos te vas a Nueva Zelanda,
comprás una PS3, cargás los datos de la cuenta que creaste acá y listo: tenés la misma información. Por eso es habitual comprar cosas entre varios. Se arma una cuenta común, cada cual la carga en su máquina y el juego se descarga en todas las consolas.
No todo es piratería en el mundo de los videojuegos. También hay cooperativismo, además de un enorme mercado de compra, canje y venta de usados.
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Aunque juega un poco de todo, el género predilecto de Walter es el free running. “El estilo del GTA”, explica: un género de escenarios abiertos donde el jugador puede moverse libremente. El último que apareció fue el Red Dead Redemption. El mismo que, hace poco tiempo, jugaron tres holandeses durante cincuenta horas seguidas para entrar a batir un récord de Guinnes. A Walter le llevó 50 horas, pero repartidas en varios días, con un 95% del juego completado.
Le pregunto cómo se ve en algunos años. Contesta que cuando se reciba de arquitecto, tenga trabajo y familia, se imagina que tendrá que delegar las tareas del foro, que ahora le ocupan unas seis horas diarias.
—Pero jugando a la play— digo.
—Seguro. Ya no me imagino mi vida sin la play.
Tampoco lo harán los miles de fanáticos que de algún modo se las ingenian para mantener una PS3 en Argentina. Mucho menos, seguramente, aquellos dispuestos a dormir a la intemperie durante días para ser los primeros en tener entre sus manos una consola recién salida. Como seguramente haría Walter. O como Nakamura, que acaso vuelva a estar en los primeros lugares de una cola de Tokio cuando Sony dé un nuevo paso en la generación de Play Station. Y que nuevamente dirá cuánto la había esperado y que ni siquiera habrá tiempo para comer.
JAVIER NÚÑEZ (Rosario, Argentina, 1976) es escritor. En 2009 publicó el libro de cuentos La risa de los pájaros (Ed. Ciudad Gótica). Algunos de sus cuentos fueron publicados en las revistas Letralia (Venezuela) y No Retornable (Argentina) entre otras. Es colaborador en la contratapa del diario Rosario/12 y mantiene el blog http://piyamadecalle.wordpress.com
jajaja genial el comentario
ResponderEliminarla realidad es que estuve informandome del tema mucho ya que al encargarme del sector de entretenimientos para niños para uno de los mejores hoteles en Barcelona, y descubrir que LO QUE MAS LOS ENTRETIENEN ES LA PLAY, solo eso ni mas ni menos... he quedado impactada, pero es así
tal cual el post, muy bueno!
saludos