lunes, 11 de octubre de 2010

¡SAN PANTEÓN VIVE!

Por Paola de Loera

A media hora de Sombrerete, municipio de Zacatecas, México, se hunden entre los cerros las ruinas de un pueblo años atrás distinguido por la riqueza y la bonanza minera, la Noria de San Pantaleón, el pueblo fantasma. Un redentor del olvido surge de entre sus poco menos de 50 habitantes, Raúl Sarellano, quien con el martillo de la palabra, clava en la memoria de curiosos, estudiantes y reporteros, la fascinante historia de un pueblo que camino de la prosperidad a la decadencia.




Las calles huelen a abandono. Por aquí y por allá se miran edificios en ruinas a punto del derrumbe: una escuela sin la algarabía de los niños al medio día. Tiendas que no sabrán más de chismes vecinales en domingo. Un sindicato que descansa de las quejas y los problemas. Una plaza que ya no rondarán los novios. Una mina silenciosa, eco del Real de Minas y su prologada época de bonanza.

La Noria es presa de la tirana quietud. En manzanas enteras no se avista a un niño jugar, a un joven pasar, a un viejo tomando el sol, a una mujer cargando las compras, como si los habitantes se escondieran. Un silencio petrificante la envuelve, produciendo una especia de fantasmal miedo que orilla al más osado de sus visitantes a susurrar casi por instinto.

En el cerro, restos de piedras que originalmente sostuvieron casas se mantienen de pie, ufanas, imponentes. Claman una historia que se resiste al olvido. Un aire de tristeza y de nostalgia las recorre, concediéndoles una sensación tétrica. Al caminar por la Noria, no se puede menos que evocar con vehemencia la fantasmal Comala que Rulfo describe en su novela Pedro Paramo:
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer. Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba?" La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas. Así las verá usted."

Pueblo lejano de la mano de Dios, del gobierno, de la propia gente que alguna vez la habito. En la Noria no hay publicidad de la Coca – Cola, ni rastros de astutos candidatos que de cuando en cuando acuden a lugares recónditos en busca del codiciado voto. Hay más alegría en un panteón, menos deterioro y olvido, más signos de vida.




Aquí vive Raúl Sarellano. Esta es la herencia que abuelos y padres le dejaron, restos de un pueblo minero que gozó su último periodo de bonanza de 1922 a 1936. Riqueza, fiestas, mercados, alegría, muerte e intenso trabajo abundaron por largos periodos, después, la falta de solvencia orillo al cierre de la mina, produciendo la migración masiva de la población por falta de empleo, la gente no sabía otro oficio que el de la mina.

Guardián de la historia, gladiador del olvido, ex minero de carácter afable. A sus 57 años, Raúl Sarellano juega al historiador, alimenta su alma con los relatos que obtiene de aquí y allá, invierte gran parte de su tiempo libre en largas conversaciones con gente mayor, en la lectura de libros o folletos que hasta él han llegado a manos de turistas, los cuales plasman el pasado de la Noria, de esta forma, Raúl ha logrado reunir pedazos invaluables de su historia: fechas, nombres, anécdotas, costumbres, las cuales goza al recopilar y se jacta de contar a los visitantes.

- ¿Cómo lucia la Noria en los tiempos de bonanza?

En aquella época había como cinco mil habitantes. Toda la gente de la Noria trabajaba en la mina. Ósea que aquí había de todo, ¡toditito!: un hospital muy grande de una cuadra, ¡con doctores!, una escuela federal que tenía todos los grados de primaria.

En esta calle y en la otra se ponían los mercados, mucha gente de fuera venía a vender lo que era carne, maíz, huevo, chocolate, queso, por eso el tianguis de aquí era más barato. La gente de los ranchos aquí anexos y los pueblitos venían aquí a comprar.

Las tapias que se ven por allá, eran unos cuartillos que les daban a las gentes que no tenían esposa, a los obreros, nosotros les nombramos colonia de adobe, eran unas casas muy chiquitas onde nomas cupiera la camita y una mesita y ya, porque como era gente de pasada, osea no estables, porque venía muchísima gente de fuera. Enfrente estaban las casas que les daban a los empleados, a la gente de confianza que traiban de fuera, una colonia hecha con casas de pura piedra. Al obrero le pagaban con monedas de plata y al empleao con monedas de oro, cuentan los viejitos.

Había el sindicato que era donde hacían las fiestas, teníamos salones de baile, de billar, la mineros cuando salían de trabajar así se divertían, con el vino, la baraja y las mujeres (rie), ¡Tenían hasta su propia zona de tolerancia!, (rie). ¡Pos aquí había mucho dinero!.

En aquellos años teníamos un campo de beisbol circulado y un equipo pagado de puros mineros que no trabajaban, nomás a eso se dedicaban, a jugar, acá vinieron a competir los tigres de México, los diablos rojos, las águilas de Veracruz, los sultanes de Monterrey y el equipo de aquí iban también a jugar allá.

- ¿qué produjo la decadencia?

La decadencia fue en los 40´s que empezó la Comisión Federal de Electricidad y el gobierno a presionar, porque cada minita de estas tenía su propia plantita de luz, esta estaba en Walterio, no pagaba renta, por eso el gobierno empezó a presionarlos y luego los sindicatos con las huelgas. Ósea esto es a consecuencia de las huelgas y el gobierno federal.

Los dueños eran extranjeros, alemanes me imagino yo, se fueron porque no tenían dinero para pagarles. Trabajo la mina hasta el 44 supuestamente, y del 44 se la dejó a los obreros en cooperativa, pero quebraron, nomás duraron seis años hasta el 50. Luego la gente se empezó a ir porque no había trabajo normal y por el bandidaje sobre todo, que es lo que hacemos los mexicanos ¿verdad? (ríe). La mina comenzó a decaer como en los cuarenta o cuarenta y tantos. La gente se empezó a ir en 1950, a emigrar, todavía no nacíamos nosotros, yo soy del 52.
La mayoría de gente que estaba en los puestos de arriba era de fuera, entonces se fueron con lo que podían. La gente de antes no tiene la capacidad, la inteligencia de ahorita pa administrar. Los obreros también se regresaron a sus tierras.

Ya no iba a haber dinero. Las gentes viejitas que vienen de antaño me comentan que aquello fue un lloradero de personas que ya no tenían trabajo y que se iban con sus primos a los ranchos o ciudades, les mandaban pa que se fueran porque ya no había nada que hacer aquí. Lloraban cuando cargaban las carretas con sus cositas, cuando se iban.

Raúl nació en la Noria porque su familia se instaló en el lugar cuando su padre comenzó a trabajar en la mina de Sabinas, el pueblo vecino, concluyó la primaria y se convirtió en minero a los 15 años, pues dice, “ya no hubo dinero pa seguirle”, mejor dicho, el sueldo que percibía fue padrino de borracheras y fiel complaciente de novias en turno, confiesa.

Luego de contraer matrimonio salió de su pueblo para enrolarse en la marina, años después comprendió que su vida y vocación no estaban en el mar, decidido, emprendió el regreso a la Noria donde esposa e hijos lo esperaban. Actualmente vende tamales por las mañanas sobre el camino que pasan los mineros para llegar a sus labores.

Además, Sarellano es responsable de custodiar la capilla de la Santa Muerte, la segunda devoción del pueblo, una figurilla que personifica a la muerte, con cara y extremidades de calaca, pero cubierta con un vestido igual al que lucen las vírgenes en las iglesias.

¿Cómo surgió el culto a la Santa Muerte?

Pos uno de los dueños de la mina la trajo, dentro de la mina había varios santitos a los que los mineros se encomendaban, nomás que después, como comenzó a haber muchas muertes en la mina porque el trabajo en aquel tiempo era muy peligroso, los mineros se encomendaban a la Santa Muerte pa que no se los llevara, y cuando la mina cerró, sacaron a la santita y le hicieron un lugar en la capilla de San Pantaleón, nomás que después los padres de Sombrerete la sacaron y pos la gente devota le construyo su capillita.

La Santa Muerte es visitada por un gran número de nacionales y extranjeros que distinguen a la Noria por esta devoción difundida por medios de comunicación locales y divulgada de boca en boca por la polémica que ha causado. A ellos, Raúl atiende con gusto, y no pierde oportunidad para relatarles las más variadas anécdotas de la época de bonanza.

Al salir del pueblo, los devotos a la Santa Muerte se llevan algo más que su bendición, tal como un souvenir, se marchan cargando las imágenes de mineros reunidos en las esquinas jugando baraja, de las viudas llorando la muerte de sus amantes, de los manjares ofertados en el mercando, de las personas apiñadas en los partidos de beisbol. Todo a obsequio del imaginario personal de Sarellano.

¿Por qué le gusta contar la historia de la Noria?

Pos es que yo soy muy curioso, y me gusta andar aquí y allá platicando con los viejillos, me gusta mucho, me entretengo mucho, y luego pos estos jóvenes, estos pelados les dijo que se pongan a leer, a escucharme, porque luego cuando nos mueramos los grandes todo esto se va a perder. Nomás que uno es menso, uno no se lleva una libretita pa anotar todo, pa dejar un documento pa cuando uno se muera.

Ire, yo he platicado con muchas personas, sobre todo cuando es la fiesta de la Noria, aquí la otra vez vino una curandera de México que decía que sus clientes eran artistas, vino una teóloga de Canadá, un reportero de Paranormal, estudiantes, y pos aquí yo les cuento todo lo que se.


¿No se siente solo?

No, pos aquí no tengo que pedirle nada a nadie, vivimos bien, hasta mejor que en las ciudades, ¿pos qué tendría de diferencia? Nomás los ruidos de los carros y los edificios altos, no, aquí estamos muy bien.

Raúl ha tomado por escenario para relatar sus locuaces y fragmentadas historias la vieja plaza del pueblo, la cual se ha convertido en cómplice, confidente y testigo mudo.

Desde el mirador de la Noria se le observa platicando con un estudiante, ambos muestran gran interés por la conversación, absortos en la charla, los personajes parecen haber realizado un viaje en el tiempo, parece que miran el apogeo del pueblo y de la mina a fuerza de preguntas y respuestas, parece que ante sus ojos se ha desdibujado la Noria fantasma para dar paso al Real de Minas.

A la sombra de un árbol en la plaza de la comunidad, recargado en un pequeño pilar verde limón que ofrecen un contraste pintoresco con el resto de las ruinas, Raúl mira al horizonte, sus ojos centelleantes se clavan en la escalinata de piedras que circunda el lugar, parece estar ordenando en su mente las historias que va a contar, sus énfasis en ciertos puntos de la conversación hacen notar que quiere causar una gran impresión en su oyente, quien lo mira fijamente, lo escucha atentamente acariciándose el mentón en señal de absoluta atención, no paran las preguntas ni las respuestas, no se escucha el “no se” en esta conversación: ¿Qué costumbres tenía la gente en la época de bonanza?, ¿Cómo surgió el culto a la santa muerte?, ¿qué ocurrió cuando la mina cerró?, para todas hay una respuesta, testigos son el aire que sopla con furor y el sol inclemente que golpea con sus rayos de medio día.

Lo que Sarellano ha convertido por vocación y por gusto en un aficionado pasatiempo, al pasar de los años, se ha convertido en invaluable patrimonio informativo para toda clase de interesados en la Noria de San Pantaleón. De esta manera, Sarellano construye su historia junto con la de miles de visitantes que llevan al parlanchin minero en su recuerdo. Mientras el guardián viva, el pueblo no fallecerá, vivirá en la memoria de quienes lo escuchan.






PAOLA DE LOERA nació en la ciudad de Zacatecas, México, en octubre de 1986, estudio la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. En el 2006 realizó colaboraciones esporádicas para la Jornada Zacatecas y la radio local. Desde el 2007 trabaja en el departamento de comunicación de la Oficialía Mayor de Gobierno del estado de Zacatecas.

1 comentario:

  1. Muy buena crónica Paola!

    Me fascinan los pueblos fantasmas de México y tu relato presenta a este pueblo fantasma como algo muy vivo, aunque sea a costa de recuerdos... ¡Felicidades! Me gustará leer más cosas tuyas!

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