lunes, 11 de octubre de 2010

EL NOVATO

Por Jaime Duque

El autor cuenta cómo inició su carrera de jugador en Ecuador bajo la tutela del Nómadas Rugby Club de Quito.



Sábado. Son las 10 y media de la mañana y hace un calor del carajo en el parque La Carolina. En esta suerte de Central Park criollo, chantado en pleno distrito comercial de Quito, se supone que voy a sacarme una pica que tengo desde hace tiempo: jugar al Rugby. […] Ese deporte parecido al fútbol americano pero sin cascos ni armadura que juegan en Inglaterra y Australia. […] Esto:
[…] “¿Quieres que te enseñe o quieres que te explique?” Gerardo Mejía.
Del juego sólo sé lo que exhaustivas búsquedas de Google me pudieron decir y lo que deduje viendo uno que otro partido en la tele. Resumido en cuatro puntos de fácil digestión:
1) Es un juego de alto contacto y por ello una contextura gruesa no sólo es aceptada sino apreciada.
2) Por la naturaleza tosca del juego, los pocos equipos que hay en Ecuador aceptan en sus filas a cualquiera que tenga la disposición de meterse a una cancha independientemente de sus capacidades atléticas (o falta de…).
3) El bálsamo para las heridas sostenidas en la cancha es una cantidad ingente de cerveza que se consume después del partido, brindando con el equipo rival en un rito tradicional llamado “tercer tiempo”.
4) “El fútbol es un juego de caballeros jugado por salvajes; el rugby es un juego de salvajes jugado por caballeros”.
Yo, gordito, retaco, amante de la cerveza, algo desilusionado por lo comercial y farsesco del fútbol, encontré mi deporte.



Real men play rugby.
Y aquí estoy, buscando a la gente del Nómadas Rugby Club entre la multitud que coloniza cada fin de semana esta meseta artificial. “Parque La Carolina a las 10 y media” decía el email de esta gente. Camino por todos lados, intentando sacar de entre la multitud a un grupo de gorilas lanzándose un balón ovoide. Balones de futbol en las áreas de césped. Balones de fútbol para el ecuavolley. Balones de fútbol en las canchas de básquet. Ya son las once y ni señales de humo.
Camino hacia la parada del bus para regresar a mi casa y no volver a hablar de esta pendejada que aparentemente es para gente incumplida hasta que, ¡oh destino!, aparece en horizonte el bendito balón con forma de huevo. Unos tipos están lanzándoselo entre ellos. Me acerco. “¿Ustedes son los Nómadas?”, pregunto algo desconcertado ante la imagen de tipos comunes y corrientes contrastada con la expectativa que tenía de “cagamúsculos” inmensos de doscientas libras. “Si… somos nosotros.”
Esperamos un rato a que lleguen tres personas más y nos dirigimos hacia las canchas de fútbol delimitadas imaginariamente en la imperfecta y agujereada planicie de “La Carolina”. Con unos conos marcamos el territorio que podemos sacarle a los futboleros y a entrenar se ha dicho. La práctica la dirigen Carlos, un español barbudo que tendrá sus cuarenta años, y Darío, un argentino con gorrito a lo Isla de Gilligan no mucho más alto que yo.



Instantáneas de Carlos y Darío.
Si bien me alegra saber que por imponencia física no seré vapuleado, el trote me mata. Tengo apenas una semana de llegado a Quito y la altura… y mi vagancia… y mi hábito de fumar media cajetilla diaria me pasan factura. Apenas hemos calentado y ya estoy muerto.
Primera lección: pasar el balón. En el rugby sólo se pasa el balón con las manos hacia atrás o a los costados, “jamás hacía adelante”, me explica Darío. Los más experimentados no sólo transfieren la “guinda” de sus manos a las de su compañero, lo hacen girar para que vaya con más fuerza y precisión, se ve del carajo. En mi primer intento lanzo la pelota erráticamente con una mano y aterriza a por lo menos cinco metros de la persona a quien se la debía dar. “El pase se hace con las dos manos y no le metas comba que eso se aprende con el tiempo, chaval”, me dice Carlos.




Imaginen esto pero con la agilidad y gracia de un refrigerador de dos puertas; y en español.
Así transcurre la siguiente hora y media: pases, pases, pases; cagada mía, cagada mía, cagada mía. La paciencia de esta gente con mi torpeza es sorprendente. Acabado el entreno, vamos por una cerveza. Me dicen que no ha estado mal para mi primera vez y que obviamente debo seguir trabajando, que siga asistiendo y que traiga más gente. “¿Y qué posición voy a jugar?”, pregunto. “Pues hombre, eso se ve con el tiempo, pero así al ojo, de primera línea”. Esa noche Google me respondió lo que no quise preguntar para no quedar mal: primera línea = gordo cuyo trabajo consiste en tocar el balón lo menos posible y chocarse contra lo que tenga al frente. Otra vez algo de desconcierto, “pero me sienta bien”.






JAIME DUQUE (Ecuador) estudia periodismo en la Universidad San Francisco de Quito. Coqueteó varias veces con los medios masivos sólo para darse cuenta que las peladas con tetas, nalgas y labios de silicona no son de su agrado pasado el "hola, ¿cómo te llamas?". Se considera más un hombre de "simplezas rústicas", tanto en el periodismo como en el rugby y a la hora de elegir amores que matan. http://jaimeduque.wordpress.com

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