Viaje de una expedición para descubrir dos submarinos alemanes hundidos frente a la costa de la Patagonia.
Hace unos años acompañé a una expedición enfebrecida por descubrir dos submarinos alemanes hundidos frente a la costa de la Patagonia. La invitación me llegó inesperadamente. Un buen amigo, capitán ballenero, estaba con una pierna enyesada y necesitaba un chofer para reunirse con la expedición. Encontramos a los expedicionarios en un hotel de Viedma. La ciudad se asienta en una de las orillas del río Negro, frente a la ciudad de Carmen de los Patagones que está en la orilla opuesta. Ambas ciudades fueron fundadas por D. Francisco de Viedma, una con el nombre de Nueva Murcia y la otra Establecimiento del Carmen. Podrían decirse que el río es la frontera que separa lo racional de la gran provincia de Buenos Aires y lo mítico de la Patagonia.
Como en una película, la acción se centraba en el bar. Una docena de personas rodeaban dos mesas cercanas a la barra y revolvían papeles y cartas marinas mientras intercambiaban comentarios sobre posiciones, latitudes y longitudes. A unos metros un hombre alto y delgado, excesivamente erguido, conversaba con dos compañeros. Era J. presidente de la asociación y líder de la expedición. Durante la semana era el gerente de una importante empresa familiar de Buenos Aires y en su tiempo libre, explorador, investigador, buzo, navegante y otras tantas cosas más.
Se acercó a las mesas y comenzó a hablar intentando añadir a sus palabras un poco de entusiasmo. Sus manos acompañaban su voz haciendo dibujitos en el vacío. Daba la sensación de ser un maestro explicando la lección a sus alumnos. Cuando terminó, los aventureros levantaron la voz satisfechos y entusiasmados por lo que acababan de oír. La expedición estaba siendo un éxito y además, estaban a punto de descubrir algo de gran importancia. Solo les quedaba ir al día siguiente al lugar indicado y desenterrar el Santo Grial de la historia patagónica. Aunque durante cuatro días habían rastreado la costa, no habían encontrado nada en los lugares previstos y marcados en los mapas. Sin embargo, los nuevos datos confirmaban sus sospechas. ¡Ahora sabían dónde buscar! Hasta entonces los datos parecían estar equivocados, ni en la Caleta de los Loros, ni Pozo Salado, Bahía Creek o Punta Mejillón había señales de los sumergibles. Creían que la información era la correcta, los lugares rastreados por los buzos exactos. ¡Algo que hasta ese momento desconocían, les había arrastrado a los lugares equivocados! ¡Los datos únicos que tenían en su poder los conocían gracias a las confidencias de algunos lugareños! ¡Cómo podían haberse equivocado! Sin embargo, ahora sabían dónde estaba el error.
Las leyendas sobre los submarinos nazis en la Patagonia surgen una y otra vez cada tantos años. Cuando parece que se han perdido en la oscuridad de la memoria surge alguna noticia con personajes extrovertidos deseosos de hacer historia. En la década de los noventa se realizaron seis expediciones. Una de ellas, organizada en 1997 por el gobierno Argentino presidido por Carlos Menen, recorrió durante quince días la costa de Río Negro. Como las demás expediciones, los resultados no se hicieron públicos y con los años, pasó a formar parte de las leyendas de la zona. En el año 1998 dos personas pidieron autorización al gobierno alemán para reflotar los restos de un submarino alemán. Contaron que vieron los sumergibles durante las mareas extraordinarias de los años 1959, 62 y 66. Afirmaban saber la ubicación exacta del lugar donde estaban hundidos: 41º 3´S – 64º 3´W.
Mi posición de chofer me ayudó a pasar inadvertido y me permitió ver que hasta las personas más aparente cuerdas y serias guardan en su interior deseos de notoriedad, y casi siempre, sueñan con crear su propia leyenda. Esta vez, los cuentos e historias que se traspasan de boca a oreja y se convierten con el paso de los años en leyendas, encontraron alguien dispuesto a convertirlas en un capítulo más de la historia. El testigo lo tomó la Asociación de Exploración Científica Austral con su presidente al frente y como en las demás expediciones, la “fiebre” por formar parte de la historia arrastró a este grupo de personas hasta la costa de Rio Negro en busca de los submarinos.
Estaban convencidos que su inquebrantable esfuerzo les había encaminado a conseguir un dato incuestionable. ¡Tenían en su poder una fotografía! La imagen era la prueba, por fin sabían el lugar exacto. Las sombras borrosas de la imagen, una frente a la otra formando un ángulo, eran los restos del submarino.
El día que les había reservado la historia había llegado. Frente a ellos, más allá de los médanos y la arena, estaban los restos de los submarinos. Todos se excitaron cuando los buzos comenzaron a prepararse. Ayudaron con entusiasmo cuando echaron la lancha neumática al mar. Se miraban unos a otros sonriendo, conocedores de la unión creada por esos momentos de fraternidad. Eran un equipo y formaban parte de una asociación preparada para dar un paso decisivo. ¡Hoy dejarían de ser conocidos como los chicos ricos del Ice Lady!
La playa se extendía entorno a ellos cientos de metros hasta desaparecer encajonada entre los acantilados. Desde la orilla despidieron a sus compañeros con gritos de ánimo mientras la embarcación se alejaba de la playa. Aunque el cielo estaba despejado hacía frío, el viento húmedo llegaba del mar aguijoneando los rostros y las manos obligándoles a resguardarse junto a los todoterrenos aparcados frente a los médanos. De repente y todos al unísono, sacaron los prismáticos de los coches y los cintos, corrieron hasta unos médanos cercanos y miraron hacia el mar levantando los brazos. La embarcación neumática aparecía por un extremo de la playa y navegaba frente a ellos hasta desaparecer en el extremo opuesto. Todos guardaron sus binoculares y volvieron a hablar de cosas más importantes.
A un lado de la carretera de arena se extendía la estepa patagónica como una extensión infinita de suaves colinas arenosas cubiertas de un pasto seco descolorido. Al otro, una llanura azulada y ondulante les hipnotizadora. Todos la miraban imaginando la aparición de los buzos haciendo alguna señal de éxito. El nerviosismo inundaba todas la conversaciones, en cualquier momento llegaría la noticia, entonces podrían liberarse de la tensión. Las conversaciones eran animadas, todos estaban felices por estar allí. Recordaban las anécdotas y bromas de las expediciones en las que habían participado. Era el modo habitual de mostrar a los demás la posición dentro de la asociación. No era lo mismo haber formado parte de la expedición Buenos Aires – Ushuaia – Isla de los Estados o la expedición Ushuaia – Antártida. Tampoco era lo mismo haber embarcado en Buenos Aires y hecho la travesía hasta Tierra de Fuego, o haber llegado en avión a Ushuaia para embarcarse. Y qué se puede decir de los camarotes del Ice Lady Patagonia, el barco insignia de la Asociación de Exploración Científica Austral, ¿quién ocupaba los camarotes de proa y quién los de popa junto a la tripulación?
Entre todos ellos sobresalía una persona más inquieta que el resto. Iba y venía de un lado al otro hablando a todos con displicencia. En sus manos tenía el poder de expulsarles de allí cuando quisiera. Rondaba los cincuenta y tantos, su aspecto era ancho y redondo con una apariencia ajada, de color marrón desteñido. El cabello liso cubría su cráneo como un casco color cobre derritiéndose sobre el rostro y tiñéndolo de un color rojizo oxidado. Ni siquiera su sonrisa era clara. Era G. hermano del jefe, el segundo líder.
Hablaba por etapas. Durante unos minutos respondía aunque no le hablaran. Hacía comentarios y aclaraciones buscando la oportunidad de hacer un chiste sobre ellos. Después, cuando terminaba, se apartaba a un lado, se apoyaba en un auto, siempre junto a la misma persona aunque cada vez estuviera en un lugar diferente y se quedaba callado durante otros tantos minutos. Cuando despertaba de su letargo, comenzaba de nuevo. Así una vez y otra.
Los únicos momentos en los que todos callaban era cuando volvía a aparecer la embarcación con los buzos. Todos juntos corrían hasta los médanos, miraban con los prismáticos y les vitoreaban. Con el paso de las horas y después de haber corrido gran parte del día, el entusiasmo fue decayendo. Nadie había pensado estar allí hasta tan tarde. Habían supuesto algo más rápido y sencillo: llegar, descubrir los submarinos, hacer unas fotos y… ¡vuelta al hotel!
El aburrimiento había acallado el entusiasmo hacía un buen rato. Además: ¡los expedicionarios tenían hambre! Comenzaron a formar grupos dispersándose entre los vehículos. Buscaban el modo de entretenerse y matar el aburrimiento. En uno de ellos sacaron del maletero de un todoterreno un frasco de cristal. Su contenido era un líquido amarillo donde flotaban unas cosas blancas.
- Son ajos puestos a macerar con aceite de oliva. – Dijeron mientras uno de ellos sujetaba el frasco en alto y miraba a trasluz las bolitas blancas que flotaban.
¡Pun! ¡Pun! ¡Pun! Se oyó de repente. En otro grupo hacían pruebas de tiro disparando contra los montículos de arena.
-Apretando aquí se dispara en ráfaga- le decía uno a otro-, pero dispara despacio que las balas son muy caras.
¡Pun, pun, pun, pun! Se volvió a oír.
En medio de la playa otro expedicionario caminaba solo con una radio VHF en la mano. Parecía el único en acordarse de los buzos. Habló por la radio y se giró mirando al grupo. Volvió a mirar hacia la orilla, habló por la radio, se giró y comenzó a andar hacia sus compañeros de expedición.
Llegó cuando un todo terreno se acercaba a toda velocidad entre las dunas. Era el jefe. Todos corrieron a encontrarse con los recién llegados. J bajó del auto y se acercó a su hermano G. para hablar. Cuando terminaron, se acercaron a ellos las personas de confianza. El hombre del VHF habló con J y se alejó unos pasos para comunicarse por radio. Poco después apareció la embarcación con los buzos por un extremo de la playa. Parecía que todo había terminado, los buzos volvían sin haber encontrar nada.
J. anunció la intención de volver durante el verano con el ICE LADY PATAGONIA y un equipo de verdaderos profesionales. Se mostró un poco crítico con el equipo de buzos por no haber encontrado señales del submarino. Estaba seguro de sus investigaciones y los datos debían haberlo demostrarlo. Además, ¡tenían una foto de los submarinos! Los expedicionarios se dieron cuenta que había llegado el momento de sacar la embarcación del agua y volver a casa.
Los datos sobre la presencia de submarinos alemanes son abundantes, incluso se habla del desembarco de Adolf Hitler y su amante, aunque sigue siendo un misterio. Los más atrevidos insinúan la posibilidad del desembarcado en el año 1945. Se trasladarían a la cordillera, concretamente a Bariloche, y poco después se instalarían en la estancia San Ramón de Dira Huapi. Años más tarde llegarían a Villa Langostura y finalmente a Calafate, donde murieron en la década de los 60.
Algunas personas dicen haber oído contar a los ancianos de Viedma historias sobre submarinos alemanes fondeados durante la guerra en Europa frente a la costa. Muchos de ellos intercambiaban víveres con ellos. Hubo quien me mostró trozos metálicos con emblemas nazis. Pero la historia más extraña y misteriosa trataba sobre un extraño hombre vestido con el uniforme nazi. Pasaba las noches sentado durante horas frente a la costa esperando una señal de los submarinos. Cuando la recibía, respondía encendiendo un candil.
Mientras algunos acompañaban a J hacia la orilla llegó un automóvil con tres jóvenes. Conocían la expedición y estaban buscando a J. Trabajaban para una productora de Buenos Aires y estaban allí realizando un documental sobre los submarinos alemanes y el rastro de personajes nazis en la región. Durante la realización del documental habían tenido infinidad de problemas; les habían cancelado entrevistas e incluso los habían llegado a amenazar. Se habían encontraron con personas asustadas, algunas les habían recomendaron no seguir preguntando. Antes de salir de Buenos Aires habían concertado varias entrevistas y cuando llegaron se encontraron con que nadie quería hablar. Comenzaban a preocuparse por las incesantes dificultades que habían tenido y los rumores sobre la existencia de misteriosas asociaciones nazis.
Recientemente leí en la prensa una noticia que me sorprendió. El titular decía; “El cráneo de Adolf Hitler pertenece a una mujer”. La nota hablaba del viaje de un grupo de científicos norteamericanos a Moscú para realizar la prueba de ADN a los dos únicos huesos existentes del dictador alemán. Los restos analizados eran un trozo de cráneo de 15 por 15 centímetros con un agujero de bala y un pedazo de mandíbula. Era lo único que dejó la KGB cuando incineró el cuerpo en 1970.
Según los resultados del estudio realizado por el arqueólogo Nick Bellantoni, incluidos los restos de un sofá manchado de sangre del bunker donde se encontraron los restos, los huesos pertenecían a una mujer de entre 20 y 40 años. La posibilidad de que fueran de Eva Braun se descartó porque no se cree que recibiera un disparo en la cabeza.
¿Escaparon Adolf Hitler y Eva Braun de Alemania? ¿Habrían llegado a la Argentina junto a otros oficiales nazis? ¿El resultado de la prueba de ADN abre las puertas a la posibilidad de que las historias que se cuentan en Rio Negro fueran ciertas? ¿Realmente desembarcaron allí?
Cuando J vio a los periodistas desde la playa se acercó para hablar con ellos. Se reunieron a mitad de camino. Los chicos le mostraron el contenido de una capeta que llevaban con ellos. Cuando terminaron de hablar J volvió a la playa con semblante serio.
JOSEBA BONTIGUI (San Sebastián, España, 1964) En 1998 se licenció en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco. Ha trabajado como fotógrafo, diseñador y profesor de diseño y fotografía digital. El 2002 publicó el libro “Jugando con ballenas, la ballena franca o ballena de los vascos” editado por el Departamento de Ordenación Territorial y Medioambiente del País Vasco. En el 2009 publicó “La casa de las ballenas, crónica de un viaje por la Patagonia Atlántica” su estancia en Península Valdés , esta vez editado por la editorial digital LULU.
Web: www.jbontigui.com
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Próximo taller febrero 2010. Inscripciones en oficinaportatil@gmail.com
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