jueves, 14 de enero de 2010

AL MARGEN

Por Analia Ferreyra


Desde hace unos años, el crecimiento de puestos de droga, fijos y móviles, en el Distrito Federal va en ascenso. Alicia es un ejemplo de los nuevos integrantes de esta línea de trabajo.



–Nada más espérame que ahorita van a venir por una bolsita– me dice Alicia, 27 años, morena delgada de piel bronceada, recién llegada de sus vacaciones en la playa.

-¿Tienes una bolsita? – le dice a su novio, de 29, mientras se dirige al estudio donde él está trabajando en su música; es DJ.

Las bolsitas, típicas Ziplock plásticas, contienen, cada una, alrededor de 28 gramos de mariguana bien comprimida, aromática y de vivo color verde, y son guardadas en una mochila, listas para venderse en cualquier momento.

Alicia se inició como dealer de mariguana y hash, junto con su novio, en marzo del año pasado, después de dos meses desempleada, tras la cancelación de las series de TV de las que era productora.


Estamos en un departamento sobre una de las avenidas principales de la zona sur-centro de la ciudad de México. Alicia corrió las cortinas de la sala en cuanto entramos, por lo que, a pesar de ser las 5:30 de la tarde, tenemos la luz encendida.

A causa de una gotera, el comedor está invadido por cajas de cartón. En la mesa de la sala descansan dos latas de cerveza Modelo, unos Marlboro, un cenicero, una revista Quien y una Proceso; no hay evidencias para pensar que esta pareja vende drogas para apoyar su economía.

Aunque desde que se volvió dealer, Alicia ya no fuma mariguana, sí consume mucho tabaco y hash –que asegura es más saludable y “pone” mejor que la “mota”– además de entrarle, de vez en cuando y por cuestiones de trabajo, a unas líneas de coca.

Su chavo, de lentes y mohawk, en playera bicolor, sale a saludar; es agradable y educado, al momento en el que le explican quién soy y lo que hago ahí. Alicia se acomoda con los pies sobre el sillón individual en el que está sentada. Prendo la grabadora y lo primero que me aclara es que no debo decir su nombre ni su dirección.

Empezaron el negocio, por sugerencia de una amiga suya –dealer de mariguana desde hace más de 4 años, con una ganancia total el año pasado de 60 mil pesos– vendiéndoles únicamente a amigos cercanos. Hoy su red de clientes es de lo más diversa –jóvenes de 25 a 30 años, profesionistas de clase media, gente de publicidad, de medios, de televisión– y pertenecen a los más de 40 mil puestos de venta de droga, fijos y móviles, que se encontraron en 2008 de acuerdo a un estudio de la Policía Judicial del Distrito Federal.


“El problema es cuando tú ya no conoces al amigo del amigo del amigo, que te habla: oye, habla Juanito, soy amigo de Pedrito, que es amigo de Juanito que Juanito es tu amigo. Y es cuando empieza el freak. Porque dices, qué tal si me la están poniendo.”

Por eso, desde que la venta empezó a crecer, la mayoría de las entregas las hacen afuera de una estación de metro que está a unas cuadras de su casa. Toman las precauciones necesarias y siempre son ellos quienes tienen la descripción física del comprador, sólo cuando es alguien de confianza lo atienden en casa.

Por el teléfono no le gusta tener conversaciones relacionadas con esta actividad, pues dice que “ahora nos escuchan por todos lados”. Y su paranoia tiene una razón de ser: un dealer amigo y su novia están en la cárcel.

“Tengo unos amigos que son dealers, pero dealers ya más pesados, de otras cosas”, me explica, “uno que está en la cárcel todavía, muy famoso en las fiestas y en los raves, le decían El Micro. Una vez, con su chava, un güey les habló: oye necesito 150 tachas y 250 ácidos. Entonces él tiene chalanes, imagínate, ya está tan dealer que tiene chalanes, pero esa vez se le ocurrió: ‘no pus voy yo, chingue su madre’. Y era un cuatro, le pusieron un cuatro y a la chica también se la llevaron porque iba con él”.

Alicia, hiperactiva, de voz ronca y fan de Moby, tiene más de 15 amigos dealers, a pesar de moverse en un ambiente en el que la mayoría de la gente tiene estudios universitarios. Pero si se considera que en agosto del año pasado la desocupación de la población económicamente activa en el país alcanzó la tasa más alta desde 1996, no suena extraño que el negocio del narcomenudeo crezca en este estrato social.

La mayoría de los dealers que conoce son jóvenes de entre 25 y 35 años de edad, de clase media, media alta. Muchos con otros trabajos; otros, como el suyo, viviendo exclusivamente de la venta de drogas.

A su dealer lo conoció por su novio. Tiene unos 30 años y vive al norte de la ciudad. Él se encarga de ir por la mercancía a provincia, generalmente a Oaxaca, y luego la vende aquí. El kilo de mariguana lo da a 4 mil pesos, a lo que Alicia le gana 6 mil netos, quitando la inversión inicial, lo que, sin duda, suena como un trato tentador.

Siempre se encuentran en puntos diferentes de la ciudad: la lateral del Periférico, el estacionamiento de un McDonald’s; él trae carro y es ahí donde hacen el intercambio.

Generalmente es su novio, con el que ya lleva viviendo dos años, el que hace la llamada y va por el producto (entre un cuarto y medio kilo de mariguana cada ocasión, pues les gusta venderla fresca) que, como viene comprimido, puede guardar sin problemas en la mochila de su laptop o en su controlador.

En una ocasión en que su novio estaba en Europa de trabajo, Alicia tuvo que ir por el paquete. El dealer le dijo que se veían a las 11 de la noche en el Auditorio Nacional, idea que no le encantó.

“Lo veo en el Auditorio, la chingada, y ya me da el paquete, me lo guardo. Llevaba yo, ya sabes…me llevé esa vez una gabardina tipo Inspector Gadget, más balcón no me pude ver, porque hacía un calor de la chingada”, dice agitando el cigarro en la mano, entre risas evocativas y nerviosas.

Guardó la mariguana en las bolsas de la gabardina, temblorosa por la adrenalina, y se dirigió al metro. En esos momentos comenzaron a salir del Auditorio los asistentes a un concierto, cree que de Luis Miguel, por lo que rápidamente, el metro se llenó de gente y Paseo de la Reforma, de tráfico.

“Yo me sentía más segura porque venía gente, pero a la vez no, porque apestaba yo… puta, toda la gente se me quedaba viendo y yo con mi gabardina, sudando, y así de: puta soy yo, qué hago”.

Mientras pensaba en eso nerviosa, entró al vagón un policía. Angustiada se salió y decidió esperar el siguiente metro, “más vale”.

“Llegué a mi casa rezando: gracias, Dios mío, gracias…”, recuerda visiblemente aliviada, mientras le da un trago a su cerveza.

En junio del año pasado, el Presidente Felipe Calderón declaró que los jóvenes que se drogan lo hacen porque no creen en Dios, la tentación es demasiada:


–¿Crees en Dios?, le pregunto.

– Sí.

–¿Y tus clientes?

–Pues… no sé si todos, pero yo creo que sino en Dios en algún Buda, Alá, lo que tengan, yo creo que sí.

–En algo…

–Pues sí, yo creo en Dios porque mi jefa me lo inculcó de chiquita, aunque no me llevaba todos los domingos a la iglesia, para nada, porque mi abuela era del Rosa Cruz que era más espiritual.

Cuando le cuento de las declaraciones del presidente, Alicia, alzando la voz, me dice que eso es una estupidez, que ella, obvio, no votó por él.


Al fondo se escucha el beat del progresivo que su novio está mezclando a puerta cerrada. En una de las paredes del departamento está su título universitario, de un colegio privado; mientras en la estantería de la sala, que ocupa una pared entera, conviven El secreto con el Diccionario de retórica y poética de Helena Beristaín, algunas fotos familiares y una Sony vieja y pesada .

Después de la cerveza y el ineludible “jalón” de hash en la pipa de vidrio de estilo psicodélico, Alicia está mucho más relajada, su cuerpo descansa cómodamente sobre el sillón café y ríe y habla con más volumen, sin embargo no por ello deja de bajar la voz cada vez que menciona las palabras “hash” o “mariguana”.

“Claro que me da miedo que me lleven a la cárcel, a quién no le da miedo que lo lleven a la cárcel, más a la cárcel de México, imagínate”, me dice con un cigarro de una nueva cajetilla en la mano.

“Yo por eso le digo playeras a las bolsas de café y al hash le decimos chocolate”, indica Alicia que, con sus anillos y las uñas de los pies bien pintaditas en carmín, siente que si bien sí escuchan sus conversaciones, las autoridades no consideran a la gente como ella un verdadero peligro.

Pues, aunque ellos son narcomenudistas, no venden un kilo de mariguana diario o trafican con ácidos y cocaína. Su venta, en promedio, es de 2 a 3 bolsas al día –aunque han llegado a vender hasta 12– a 250 pesos la onza, es decir, cada bolsita, aunque esto no significa que se vaya a descuidar.

“Mi güey me decía: es que si una vez te atoran, con una vez que te atoren ellos van a decir, ok, vamos a ver todas tus conversaciones y entonces es cuando dicen: ah, mira aquí le vendiste a este güey, le vendiste a este güey”, dice mientras pega con la mano en la mesa, “ya ves, sí eres dealer. Eso es lo que me da miedo, eso es un miedo constante que tienes”.

Aunque el comercio con la mariguana y el hash los han ayudado a pagar las cuentas de la casa, pensaban continuar con el negocio sólo hasta enero de este año, ya que, con las ganancias de sus trabajos freelance tienen planeado irse a estudiar a Alemania en 2010.

Suena el celular.

–¿Ya estás abajo? Ahí voy, dos bolsitas, te las bajo.

Llegaron por las “playeras”. Alicia se vuelve a poner las chanclas y sale volada de la casa, el deber llama: como esta clienta es de confianza la espera en la entrada del edificio.

Aunque enero llegó, de momento Alicia continúa vendiendo mariguana y hash. Puede ser que deje el negocio en el futuro, como tiene planeado, o bien que decida unirse permanentemente a las filas de la ilegalidad, eso sólo el tiempo lo dirá.




ANALÍA FERREYRA (México, 82). Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha trabajado para medios como Reforma, Travel+Leisure y Excélsior; y desde hace dos años se desarrolla como periodista freelance. Cronista de viajes y escritora de ficción en su tiempo libre, es una apasionada de los viajes, los libros, la comida, el baile y las palabras.

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Próximo taller febrero 2010. Inscripciones en oficinaportatil@gmail.com
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1 comentario:

  1. Me encantó esta crónica, incluye todos los ingredientes del periodismo narrativo, tiene escenas que hacen que el lector esté ahí, en el lugar donde está el desarrollo de la historia, felcidades.

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