sábado, 2 de enero de 2010

TENGO A LUIS MIGUEL EN CASA

Karina Flores se enamoró de El Sol cuando aún no cumplía los 10 años. A sus 34 pagó por una inseminación artificial que se tradujo en un bebé con algunas características del cantante de La Incondicional.

por Abenamar Sánchez




Karina Flores Cabrera se encontró por vez primera en su vida con la estrella Luis Miguel en la puerta de una discoteca un mediodía de 1982 en el centro de Tuxtla Gutiérrez, a poco más de mil kilómetros al sur de México. Ella iba de vestido de estampas y cintillo en la cintura, con el cabello oscuro recogido en coleta, y él, sonriente con pose de divo desde un cartelón que colgaba en un margen, vestía pantalón y chaqueta ajustados y de colores brillosos. Se soltó de la mano de su madre y dejó que ella y sus dos hermanos y su padre se adelantaran. Quedó absorta por un rato frente al muchachillo que le colgaba un dije de sol del tamaño de una rodaja de naranja en el pecho descubierto y llevaba el cabello largo y sedoso cortado a lo príncipe valiente. Luis Miguel, leía con detenimiento en alguna parte del cartel, cuando sintió el jalón de mamá, pero ella, niña de ocho años, quiso admirar más: quería seguir frente al que luego soñaría para novio, para el papá de su hijo, aunque éste fuera resultado de una inseminación artificial.
Esa misma tarde, en casa, sintió que extrañaba al niño que se promocionaba con su primer álbum titulado Un sol. Pronto se le hizo hábito sintonizar música en el radio y esperar por si Luis Miguel aparecía en el programa televisivo Siempre en Domingo: cuando se anunciaba la presentación de El Sol, aguardaba con sensación de mareo. También llegaron los sinsabores. No le gustó la escena de la boda de Luis Miguel y Lucero en la película Fiebre de Amor y tampoco la imagen de portada de una revista: Luis Miguel y Lucero vestidos de blanco. Creyó que en verdad se habían casado. Se puso triste. Luego, temerosa de llevarse más sorpresas, cogió la revista y buscó más. Se alegró: la fotografía correspondía a la misma película. Entonces ya bromeaba, con su madre Edna Betzabet Cabrera, que estaba enamorada de Luis Miguel. Su canción favorita, 1+1=2 Enamorados.
El Sol, lo dice ahora, sentada en un sofá color pistache, en la pequeña sala de una casa de tres plantas donde vive con su bebé de meses, es un hombre bonito. ¿Bonito? Sí: sus ojos, sus labios, su cabello. ¿Enamorada? Sí, soy una enamorada. Tengo a mi Luis Miguel en casa. Se llama Leonardo Gael Flores Cabrera. Nació el 21 de marzo de 2009: midió 49 centímetros y pesó 3 kilogramos. Es de ojos verde aceitunados, de cabello lacio y rubio oscuro, de piel blanca. El pediatra le proyecta una estatura de 1.78 centímetros y un cuerpo atlético. Se llama Leonardo porque admiro a Leonardo Dicaprio y a Leonardo de Lozanne, éste del grupo Fobia. Gael, porque a mi padre, Porfirio Flores Salgado, y a mis dos hermanos les suena bien Ga-el. Y en cuanto a los apellidos, me hubiera gustado que primero fuera Cabrera, para llamarlo Leonardo Cabrera. Tiene ritmo.

***

El padre de Leonardo mide 1.79 de estatura.
Es canadiense.
En la ficha del donante de semen que en la clínica del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI) le presentaron en México cuando hizo una visita de información, Karina Flores Cabrera leyó estos datos:
1.79 de estatura.
Piel blanca
Ojos azules
Cuerpo atlético
Cabello lacio y rubio claro
Dice que acudió al IVI —con clínicas en siete países— porque fue adonde los llevó un buscador electrónico a ella y a una de sus primas. No familiarizada con el mundo de la Internet, había solicitado ayuda.
Así fue como apareció la clínica donde pagó cerca de mil 400 dólares:
300, la muestra del semen.
675, la aplicación que duró menos de diez minutos.
412, una ampolleta de hormonas para diez aplicaciones.
—¿Cuesta lo mismo tener un bebé rubio que uno moreno?
—Pregunté y me dijeron que es el mismo costo.
—¿Y por qué un bebé blanco?
—Tenía la libertad de escoger y fue lo que hice.
Pero antes, Karina, mujer de 35 años, con aire débil; que mide 1.57 centímetros y es morena clara, ya ha platicado que no le gustaría que su hijo fuera víctima de burlas, como lo fue ella antes que se enamorara de Luis Miguel.
Unos compañeros de escuela le decían fea.
Pero ella no se considera ni fea ni tan guapa. Aparenta unos cinco años menos. Tiene unos ojos color café.
Insiste:
—No soy fea, aunque sí insegura y tímida en el amor, pero no quiero que mi Leonardo crezca con traumas. Quiero que sea feliz.
—¿Que sea actor o cantante?
—No, no, no, no. Esos llevan una vida triste: creo que no tienen descanso. Quiero que tenga una vida de calma.
Leonardo es un niño quieto. Tiene un cesto de mimbre, pero su madre prefiere que duerma con ella. Si no está con su madre, está en brazos de los abuelos o los tíos o los primos o las tías, hasta en los de aquellos que intentaron convencer a Karina descartara la inseminación artificial.
Karina no pidió aprobación. Si llegó a comentar sobre su decisión, fue sólo para informar.
—Sí, así fue —coincide su madre.
Quedó fecundada con la primera aplicación, es decir, a la segunda visita que hizo al IVI, y cuando confirmó el embarazo, quiso vengarse de su padre: no le daría la noticia sino una semana después.
Su padre era quien más se había opuesto. En su afán de hacerla cambiar de opinión, le había ofrecido un viaje a Canadá o a Cuba para que tomara unas vacaciones y, si se daba la oportunidad, consiguiera un novio.
Porfirio Flores soñaba, o sueña, con tener un yerno.

***

Porfirio Flores Salgado tiene aspecto de un sacerdote retirado. De bigote rasurado, lleva corto el cabello entrecano, viste pantalón y camisa que parecen recién planchados y calza unos zapatos negros que lucen brillantes. Al rato dirá que no bebe ni fuma. Amable, me extiende la mano, en su nevería Las Delicias en una comunidad que está a poco más de una hora de Tuxtla, y se me adelanta: así que usted es quien está preparando un texto sobre mi hija y mi nieto; me llamó ella, hoy en la mañana, para decirme que vendría, pero adelante: tengo una hora para responderle, porque a las tres como y a las cuatro me tomo una siesta.
Me gasto unos segundos en comentarle que siento como si me hubieran pateado unas cien veces en el trasero. Sabe a qué me refiero y ríe. No se trata de la distancia que hay entre Tuxtla, la capital de Chiapas, y Villa de Acala, el pueblito donde él se casó hace casi cuarenta años con Edna, sino los agujeros y cortes en la carretera que no tiene más de 30 kilómetros. También sabe que esa carretera estuvo bien en los años en que su hija Karina se topó y se enamoró de Luis Miguel, porque no tenía mucho que se había terminado de construir una de las cuatro presas que se alimentan del Grijalva, uno de los ríos más grandes en el sur de México. Él era tornero mecánico. Trabajó 16 años en la construcción de presas, pero desde hace 20 se dedica a su negocio de helados y pasteles. Dice que le va bien, pues ha ofrecido un millón de pesos para comprar la casa donde está el local que ocupa.
Casi todos tienen negocios: él y su esposa con la paletería, uno de sus hijos con una pequeña empresa de construcciones y Karina con un salón de belleza. Karina, la última de los tres hijos, abrió el negocio cuando no tenía más que veinte años y desde entonces tiene independencia económica. Y Porfirio Flores cree que a su hija la traumaron aquellas mujeres que llegan a un salón de belleza no sólo por un servicio sino aprovechan contar sus problemas maritales, porque a Karina nunca se le prohibió tuviera novio y fuera a los cafés o a los antros con sus amigos. Iba seguido al cine. Tampoco cree que sea tímida. Por eso, al asunto de las mujeres golpeadas suma el hecho de que Karina ya tiene 35 años y un embarazo años más tarde le traería dificultades.
—También viajaba.
—Sí, viajaba. Y cuando salió con esa idea, le ofrecí un viaje a Canadá o a Cuba, que se fuera, que tal y allá conseguía a alguien.
—Usted quiere tener yerno.
—Es mi única hija. Yo quería tener yerno.
Porfirio, complexión gruesa, moreno, habla con cierto dejo de tristeza, pero apenas menciono a Leonardo Gael, se alegra. Es como mi hijito, dice, y continúa: cuando vi que todo salió bien, cambié de opinión. Temía que a mi hija se le complicara el embarazo, pero ahora viajo seguido a Tuxtla —dos o tres veces por semana— para ver a mi nieto. Ya me reconoce.
En un rapto de alegría, me invita a pasar a conocer los otros compartimentos de la casa y el amplio patio que da, del otro lado, a una pequeña pieza donde él toma la siesta. Le digo que son las tres de la tarde y me contesta que sin ningún problema puede disponer de media hora más.
Volvemos al local de los helados y me sirve un pedazo de pastel de chocolate. Me sirve un refresco y me quiere servir un helado. Nosotros lo fabricamos, presume y saca una libreta en que tiene anotadas las próximas entregas. Una de 500 pesos (37.5 dólares), otra de mil 500, otra de 250…
Nos va bien, insiste y en un pedazo de papel me escribe sus números telefónicos, para hacer un pedido, me advierte, o para seguir hablando de Leonardo Gael.
—Él es mi adoración —me grita cuando ya estoy abordando un taxi que me llevará a donde el transporte de regreso a Tuxtla.

***

De cumplirse el diagnóstico de su pediatria, Leonardo Gael llegará a tener la misma estatura y un cuerpo parecido al de Luis Miguel, el cantante de pop, boleros y rancheros que lleva vendidos más de 52 millones de discos y ganados 9 premios Grammy, 90 discos Platino y 31 discos Oro.
Son Aries y tienen el mismo color y tonos de ojos y cabello. Luis Miguel —hijo de Marcela Basteri y Luis Gallegos— nació en San Juan, Puerto Rico, 39 años antes que Leonardo Gael, pero se dice mexicano.
—Claro que es mexicano —dice Karina.
—Mexicano como Gael.
—Claro —repite.
Sonríe, con su bebé en brazos. Trato de buscarle parecido con alguna de las mujeres famosas que han sostenido romance con Luis Miguel, entre ellas Stephanie Salas, Issabela Camil, Daysi Fuentes, Sofía Vergara, Mariah Carey, Mirka Dellanos, Luciana Salazar, Genoveva Casanova y Araceli Arámbula.
En eso estoy, cuando:
—Me enamoré pero también entendí que no era posible. Soy feliz con Leonardo.
Leonardo tiene el cabello ralo, como el de Miguel —el mayor de los dos hijos de El Sol con Araceli Arámbula— en unas fotos publicadas un par de meses después de haber nacido en el 2007. No tanto como los hijos de Luis Miguel, también ha aparecido en algunas publicaciones: un periódico y una revista de moda locales han dado cuenta de su concepción y nacimiento.
Karina Flores insiste en que tratará que su hijo viva una vida tranquila.
Sabe que aquél muchachillo que conoció un mediodía en la puerta de una discoteca, que un tiempo anduvo el cabello revoloteado y ahora lo lleva corto y peinado hacia atrás, que ha cantado a dúo con Frank Sinatra, que también tuvo una hija con Stephanie Salas, que recibió su primer Grammy a los 14 o 15 años y que es un misterio el paradero de su mamá, no ha dejado de producir: su reciente álbum es No culpes a la noche-Club Remixes.
—Una vida difícil, creo —resume.

***

La primera vez que llamé por teléfono a Karina, me respondió que al día siguiente platicaría conmigo. Uno de sus familiares me había contado que ella tiene su propio negocio, que es muy amigable y que a sus padres les va bien económicamente. Empecé a complicar en mi cabeza una pregunta aparentemente sencilla: ¿Qué la llevó a tomar esa decisión? Cuando la vi, quise soltar de lleno esa pregunta, pero ella empezó por hablarme de una persona que les había robado. La contrataron poco después de que naciera Leonardo Gael. Entonces, opté por preguntar directamente sobre el niño. Se levantó ella del sofá y trajo a su bebé. Ya pesa 8 kilos, dijo orgullosa. Por un bebé así, vuelvo a pagar, pero quiero que él sea hijo único.
—¿Entonces queda descartado un posible matrimonio?
—No quiero tener un esposo que esté maltratando a mi hijo. Tampoco quiero que alguien lastime mi corazón.
—¿Por eso se decidió por la inseminación?
—Soy muy tímida en eso del amor. Cuando estoy frente a un hombre me cohíbo. Tuve un novio, estuve enamorada de él, pero lo dejé porque consideré que no era lo que yo quería. Además, no pocas historias tristes he escuchado de mis clientes, y yo no quiero sufrir eso.
Calla. Se la ve meditabunda. Levanta la vista a la pared. La sala, de paredes también color pistache, tiene un decorado minimalista. Baja la mamá, Edna Betzabet Cabrera. Tal vez estaba en el segundo o tercer piso de la casa que se levanta en rectángulo de unos 20 metros por 10 metros. Pregunta cómo vamos. Habla Karina: trae a memoria un recuerdo de cuando tenía unos cinco años. Dice que su padre era celoso y, a veces, discutía con su madre. “Ella tenía bonitas piernas, y cada que mi papá la veía con falda corta, la regañaba y le desgarraba la ropa para que ya no la volviera a poner”. Sí, dice la madre, mi esposo es muy atento y amable, pero tuvo sus momentos de celos y errores, y lo llegué a correr de la casa. Tal vez eso también influyó en la decisión de mi hija. Tal vez, dice Karina, pero lo que sí es cierto es que soy insegura en el amor y también quiero proteger mi corazón. Y en eso reiterará durante las siguientes pláticas.
—¿No será porque no ha aparecido alguien parecido a Luis Miguel?
—No creo. Mi exnovio no es guapo y lo amé.
—Pero optó por un hijo con algunas características de él.
—De niña soñaba con tener un hijo de él.
—¿Y ya lo tiene?
Ríe.
—Tengo a Luis Miguel en casa.




1 comentario:

  1. Curiosa y sustanciosa historia, el autor saca partido a algo que en principio parecería trivial o incluso un poco ridículo, pero se las arregla para convertir estos hechos en un agradable reflejo de lo profundamente humano y sincero...

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