sábado, 2 de enero de 2010

¿DÓNDE JUGARÁN LOS NIÑOS?

Cisarro, la historia del niño chileno con fama de delincuente.

por Valeria Barahona.




Respiras. Caminas. Se hace tarde. Corres. No hay tiempo. El mundo cambia a cada segundo. ¿Notaste la flor que sobrevive al costado de la carretera? Aprieta pause. Pasamos sin mirar. Al igual que no vimos a los niños crecer, nadie se percató de que no iban a la escuela, que no había quien los abrigara de noche, y que jugaban a ser adultos en un mundo sin ley.
El 30 de julio de 2009 la prensa chilena tuvo ojos para sólo un hecho: un niño de 10 años, conocido como Cisarro, fue detenido por décima quinta vez. Como en los 15 episodios anteriores, por robo. Al día siguiente fue sentenciado a un mes de internación provisoria en un hogar del Servicio Nacional de Menores (Sename), con la finalidad de ser sometido a exámenes socio-psicológicos, junto a su entorno familiar para determinar qué adulto debería encargarse de él.
Pasaron apenas 24 horas y Cisarro fue rescatado por sus amigos: un grupo de seis jóvenes provistos de armas de fuego intimidaron al personal de la residencia, y luego salieron por la puerta principal con el recién detenido. En la madrugada la policía logró dar con Cisarro, luego de que en la tarde asistiera a un partido de fútbol. Tiene 10 años. Es un niño.
El Servicio Nacional de Menores tiene dos líneas de acción: la protección y la privación de libertad. Ambas con personas que entran, salen, vuelven a entrar, o, en el mejor de los casos, no vuelven nunca más. Lamentablemente siempre nos enteramos por los medios de comunicación de los que volvieron, aunque son pocos, ya que el SENAME Región del Bío Bío tiene alrededor de 1.200 niños y jóvenes bajo su alero y sólo cinco existen para la prensa.
Al bajar del bus con destino a Coronel la soledad es inmensa. Hay sólo terrenos destinados a usos agrícolas, ni un alma con quien hablar. Hace sólo 40 minutos que dejé Concepción, con un sol radiante, mientras que acá el paisaje está abrigado por un manto de espesa niebla que eriza la piel.
La última reja (caminando desde adentro, la primera desde afuera) es enorme y pesada, como una condena. Es el Centro de Régimen Cerrado (CRC) del SENAME. Ahí van a parar niños que tenían entre 14 y 18 años cuando cometieron un delito, aunque la condena sea dictada pasada esa edad. Pedro Marileo, director del centro de reclusión, cuenta que “acá la mayoría viene con cargos por delitos graves, como robo con violencia, homicidio, secuestro, violación, entre otras tipificaciones. Ellos ya fueron condenados por el tribunal y sólo les resta cumplir su condena”.
Cuando alguien entra, pasan 15 días en que psicólogos y educadores lo evalúan para realizar un Plan de Intervención Individual, cuya finalidad es que el interno asuma su responsabilidad ante la sociedad y el daño que causó a esta, junto con la posterior reinserción en la comunidad, aparte de diseñarle un plan de estudios y capacitación.
Entre los 132 condenados o en espera de sentencia vive Óscar, de 21 años. Contaba 18 cuando lo condenaron, y hoy, gracias al buen comportamiento, va a su casa jueves y viernes y trabaja como garzón en un restaurante de Chillán. Además, este año dará la Prueba de Selección Universitaria, instancia para la que se prepara en el centro. La causa no es tan utópica, ya que hace dos años un compañero suyo entró a estudiar ingeniería en la Universidad de Concepción.
-¿Y aparte de estudiar, qué haces acá?
-Si algo le debo al SENAME, es la música. Aprendí a tocar bajo y tenemos nuestra banda con los cabros acá dentro, y cuando salgamos queremos seguir tocando. De hecho, ahora el 14 (de agosto) nos fue re-bien en el encuentro de bandas emergentes de Balmaceda 1215.
Pero Óscar no es el único habitante refugiado en la república del sonido: Daniel, un violinista de 13 años, pálido, con rasgos suaves, ojos de color café intenso, y cuerpo delgado, balancea los negros cabellos al son de cuerdas y tambores, disfrutando, sintiendo cada nota al entrecerrar los ojos como si estuviese tocando para la sinfónica de Berlín.
Daniel es el menor de cuatro hermanos, los cuatro músicos; vive en las afueras de Concepción, y estudia en un colegio dependiente del Estado; mientras que su madre, Clara, acomoda productos en una tienda transnacional. El padre es mecánico y están separados desde hace un par de años. De no ser por la música quizás habría corrido igual suerte que Óscar.
Junto a una treintena de jóvenes conforma la Cameratta, grupo perteneciente al Centro Artístico Cultural Comunal de Concepción, que reúne a estudiantes aventajados en el aprendizaje musical. La orquesta es dirigida por el profesor Daniel Muñoz, un hombre de mediana edad, delgado, con anteojos, piel arrugada, y hermosos cabellos blancos que al momento de guiar los sonidos agita violentamente, contagiando a quien lo vea de aquella energía universal que sólo la música nos brinda.
Muñoz es de origen humilde, nacido en un campamento minero. Cuando tenía 10 años sus padres lo llevaron a la ciudad de La Serena a escuchar una sinfónica. Nunca más salió de ese mundo, ya que también estudió en una orquesta de niños, dirigida por Jorge Peña Hen, siendo esta la primera experiencia de educación musical a escolares en Chile: La Escuela Experimental de Música de La Serena, creada en 1952. Pero en 1973, a la edad de 45 años, la vida y obra del maestro Peña fueron truncadas por la dictadura de Augusto Pinochet: fue flagelado y ametrallado por los oficiales de la Caravana de la Muerte, comisión con amplios poderes que recorrió el país dejando un halo de sangre y dolor a su paso.
Con ello, Peña Hen se convirtió en figura emblemática de las víctimas de violaciones a los derechos humanos en Chile, ya que su muerte no logró acallar su música ni su legado cultural, herramienta base para el desarrollo y progreso de cualquier sociedad. Su proyecto docente musical trascendió Los Andes y fue inscrito en la Unicef como Plan para la Erradicación de la Pobreza.
El sueño arrebatado a Jorge Peña Hen hoy es realidad, a raíz de que durante el Gobierno de Ricardo Lagos, en 2005, se creó de la Fundación Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles. Para 2009 hay planificados 3.000 conciertos en 140 comunas del país, interpretados por 10 mil niños y jóvenes. Daniel es uno de ellos.
Clara, la madre del pequeño violinista, relata con voz suave y educada que la música ha sido la salida para que sus cuatro hijos no caigan en el mundo de las drogas y la delincuencia. A pesar de que ella sólo alcanzó la educación secundaria, nunca dejó de leer, herencia que intenta traspasar a Daniel y a través de la cual comprendió que era bueno que los niños aprendiesen a tocar música, “además que los torna más disciplinados, más metódicos y concentrados”.
El atardecer deja caer su manto sobre Concepción al son del violín de Daniel. Hoy el polerón dio paso a camisa y corbata, debido a que esta noche deleitarán al Poder Judicial con motivo del 160º aniversario de la Corte de Apelaciones de la capital penquista. Ninguno de sus progenitores está en la sala gracias a motivos laborales. Hay que ganarse el sustento.
El escenario lo constituye el mural Presencia de América Latina, del mexicano Jorge González Camarena, y las mujeres de pómulos altos junto a los soldados sonríen a través de la pintura con Violinista en el tejado, la canción principal de la película homónima y que el común de los mortales ubicamos sólo por el “si yo fuera rico, no tendría más que trabajar, dubi dubi dubi duuuu”.
-¿Qué te pasa cuando tocas el violín?
-Me siento tranquilo, en paz. Es relajante.
-¿Y cómo llegaste a la Cameratta?
-Un amigo toca violín desde antes, y me enseñó. Comenzamos a practicar en la casa, luego audicioné y aquí estoy.
-¿Seguirás con la música en tu futuro?
-Para mí la música ya no es un hobby, ¡claro que seguiré con ella! -le brillan los ojos- Y quizás luego estudie esto con los huesos, en los entierros ¿cómo se llama?
-¿Antropología?
-Eso.
Mientras Daniel acaricia apasionadamente el trozo de madera que hace cantar, un centenar de abogados despega los pies del cemento volando junto a la música que nos lleva a balancear inconscientemente la cabeza, elevando así la mirada y el espíritu.
Mi ruta continúa por Barros Arana, una discreta calle del centro de Concepción: árboles con viejos, veredas barridas por las vecinas, jardines enrejados, la mayoría de los edificios sin conserje, pasajes de adoquines… Es decir, un barrio especial para criar a tu descendencia. Pero tras una puerta metálica el mundo se llena de mamaderas, risas de niños, sueños que intentan concretarse, e inocencias perdidas. Es el Hogar Madre Adolescente María Ayuda.
Actualmente hay 12 jóvenes de entre 11 y 17 años con sus respectivos hijos. “La idea es re incorporarlas al colegio, buscando la mejor alternativa para su desarrollo y el de sus niños, por lo que tratamos de restablecer el vínculo con sus familias, aunque provienen de hogares en donde son frecuentes los malos tratos, por lo que también buscamos lazos con un adulto significativo emocionalmente para ellas.
“Sus derechos han sido vulnerados. El 100% de los niños que ves aquí son no deseados, ya que fueron concebidos en un clima de violencia y abuso. La mayoría de las niñitas (madres) viven en sectores rurales y periféricos, por lo que aquí les brindamos acompañamiento durante el embarazo y educación en cuanto al cuidado del bebé”, explica con tono maternal Myriam Pineda, la directora.
Los últimos rayos del sol invernal iluminan a los niños mientras Génesis, vestida con tonalidades oscuras, de cabellos claros, y 16 años, balancea orgullosa a Tomás, su hijo de cinco meses. 30 días antes de que finalizara su embarazo dejó la casa de su padre en Chillán “más que nada por la falta de apoyo, y porque en el liceo me trataban mal por mi hijo”.
-¿El papá de Tomás?
-Cuando quedé embarazada él estaba haciendo el servicio militar, razón por la que tomó la noticia súper mal, pero de a poco, con el tiempo, al conocer a su hijo, lo ha ido aceptando- dice con una sonrisa perfecta revestida de maquillaje.
-¿Qué esperas de tu hijo cuando crezca?
-Que sea feliz, que se sienta orgulloso… Que no tenga vergüenza de su madre tan joven- dice mientras contempla el horizonte con emoción, como si pudiese mirar el futuro.
¿Cuál será el destino de Tomás? Ojalá mejor que la historia vivida por su madre, y por niños como Cisarro, que juegan a la guerra y se sienten héroes, ya que ningún adulto ha renunciado a unos minutos de su vida por acariciarles la cabeza y explicarles el mundo, por abrigarlos cuando van a dormir, contarles una linda historia, y prometerles que todo va a estar bien, como en la hoja de ruta de Daniel, que a pesar de la separación de sus padres y las necesidades de cuatro hermanos, logra salir adelante con sus sueños y pasiones.
Óscar vio la luz tarde, pero lo importante, aunque suene a cliché irredimible, no son las caídas, sino el cómo levantarse. Y así mismo el reponernos de las zancadillas que la ruta nos depara, tales como un embarazo no deseado, que en la mayoría de los casos atendidos por el Sename son fruto de la violencia y abusos. El desafío pendiente, la razón por la que todos debemos de parar unos segundos nuestros relojes, es la reinserción de niños como Cisarro, que necesitan el afecto negado por su entorno para mañana poder mirar a los ojos al mundo y no sentir vergüenza de su paso por centros de internación.
Nacemos solos, desnudos, y libres, clamando la protección del mundo que nos rodea, esperando el respeto de la especie humana. Nuestro primer llanto es un alarido en medio del desierto por decir ¡aquí estoy! ¡Existo! Aún queda esperanza en el mundo. Quizás la gran reja es la que tenemos los que vivimos “en libertad”: olvidamos la enigmática frase de Dante “el amor es lo que mueve al sol y las otras estrellas”.

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