lunes, 13 de julio de 2009

MORIR CON LAS BOTAS PUESTAS

MILITÓ EN EL ELN, TRABAJÓ PARA NARCOTRAFICANTES EN MEDELLÍN Y HOY VIVE DE LA RENTA DE UN PAR DE EDIFICIOS, SE DEDICA AL DEPORTE Y CADA 2 AÑOS VIAJA PARA ALGÚN LUGAR DEL MUNDO.

POR ANDRÉS DELGADO





Jorge Peña, con 49 años, tiene el físico de un veterano de guerra: brazos gruesos, un poco de barriga, piel trigueña y cabeza rapada. El día que le propuse la entrevista me miró escamoso:
―Y… ¿tengo que darte lugares y fechas exactas?
―Por supuesto ―contesté.
―Y… ¿vas a poner mi nombre real?―preguntó rascándose las orejas.
A Jorge la vida le ha enseñado que los verdaderos amigos no existen. Cuando me invitó a la conferencia sobre sindicalismo, organizada por el Polo Democrático se despidió diciendo ―lo invito porque usted dijo que tenía que acompañarme en la rutina, de modo que allá nos pillamos, ¡suerte!―. Después de mucho insistirle, decidió andar conmigo un par de ocasiones. El Polo Democrático es un partido de izquierda, opositor del presidente Uribe, que en las pasadas votaciones para la presidencia tuvo un importante apoyo elector. Ahora, si Jorge ya tiene suficiente dinero para vivir y hace rato dejó de pensar en la igualdad, la justicia y maricadas de ese calibre, entonces ¿por qué diablos sigue asistiendo a estas conferencias?

Parado y ansioso en la plataforma de la estación-metro de Envigado, le echo un vistazo al reloj: 6:40 pm. Tengo 20 minutos para llegar al Pequeño Teatro, en el centro de Medellín, donde me espera Jorge. Así el próximo metro vuele por los rieles y no se detenga en las siguientes estaciones voy a llegar retardado. Por fin llega mi tren y lo hace infestado de gente que vuelve a casa. Todos nos apretamos en el vagón como sardinas empacadas al vacio.
Al llegar a la estación San Antonio, en pleno centro de Medellín, está cayendo un aguacero tremendo. Igual, salgo a correr por las calles. Luego de salvar 8 cuadras, subo chapoteando las escalas del Pequeño Teatro y en el hall está Jorge con un paraguas en las manos y una camisa de manga larga desabotonada hasta el pecho. En el cuello tiene un colmillo blanco de tiburón. Jorge parece a un tarzán, un tarzán calvo en camisa.

Me da la mano y se sonríe:
―Pensé que no ibas a llegar.
Nos sentamos en el teatro y estoy mojado hasta los huevos. Un tipo de gafas y barba comienza a hablar sobre el problema de la globalización y las implicaciones para el sindicalismo. El asunto es muy serio: Se discute el papel que deben jugar los sindicatos en la actual crisis económica.

A la salida de la conferencia, ha dejado de llover, y nos vamos a un restaurante mejicano. Mientras comemos burros con Cocacola, Jorge me cuenta cómo llegó al ELN.
―Gilberto Gómez, infiltrado del ELN en el colegio, me contactó en el año 77. Yo era líder estudiantil y armaba tropel por las injusticias de los maestros. Así que Gilberto me llamó y me convenció para asistir a las reuniones.
En 1978, con 18 años, tuvo su primera misión. El asunto consistía en rayar un graffiti con motivo de la celebración del día internacional del trabajo. El graffiti debía decir “VIVA EL 1 DE MAYO, ELN PRESENTE Y COMBATIENTE”. Esto tenía que hacerse en una calle transitada, pues el objetivo era hacerle saber a la gente y a las autoridades la presencia del grupo. La pared a rayar era un lateral de la iglesia de un barrio popular, en el municipio de Bello, ―10 kms al norte de Medellín―, una comuna de obreros con calles abiertas y casas en ladrillo pelado. La pared de la iglesia era perfecta porque, además, se provocaba al cura de la parroquia. Con Jorge estarían otros dos muchachos y tendrían el papel de campaneros. La misión se ejecutaría el 28 de abril, en horas de la noche, para evitar inconvenientes. Al llegar la fecha, los tres chicos caminaron por la barriada solitaria a las 10 pm, y al ver que no había novedad, los dos campaneros se fueron a las esquinas, y Jorge comenzó a rayar con el aerosol: “VIVA EL 1 DE MAYO, ELN PRESE”, y no terminó porque una piedra se estrelló contra el muro. La roca no le rompió la cabeza por un pelo. Al girar, vio a un niño que le gritaba ―¡Oiga Hijueputa, qué está haciendo―. Era un culi-cagado ―dice Jorge luego de tragar un bocado de carne mechada―, ¡pero qué mariquita tan bravo!, tuvimos que dejar la propaganda sin terminar y escapar corriendo porque otros niños, al oír el alboroto, salieron de las casas a tirarnos con piedras y cauchera.

Después de aprender a rayar graffitis con éxito, las misiones fueron más arriesgadas. Participó en protestas estudiantiles en las que se quemaban buses, se instalaban precarias barricadas y se enfrentaban con piedras y bombas molotov contra los pelotones antimotines del ejército.
En las reuniones del grupo había entrenamiento militar, adoctrinamiento en los principios marxistas y programación de acciones subversivas. Pero no se recibía un solo peso por pago. Todo era cuestión de convicción. En 1981 el grupo ya estaba consolidado en el municipio de Bello. En ese mismo año, se asaltó al banco Comercial Antioqueño. Antes del golpe, Jorge compró un Renault 12 en un semáforo. El carro era necesario para la fuga después del robo. Al verlo detenido en el rojo del semáforo se acercó y encañonó al conductor:

―Señor, cuánto vale este carro.
―un millón― contestó asustado con la pistola en la frente.
―Tenga su millón y bájese ― dijo Jorge y le tiró sobre las piernas un fajo en efectivo.
—La guerrilla tenía ideales ―me dice Jorge—, todo se hacía con transparencia, sin malicia, nosotros sólo le robábamos a los ricos…, a ese señor, por ejemplo, no le robé, lo que hice fue comprarle el carro.
Con el dinero del banco se imprimieron panfletos y publicidad, se compraron armas y se financiaron otras misiones.

El 23 de agosto del 85 apareció muerto Álvaro Celis en un lote baldío a las afuera de Bello. Álvaro tenía 20 años, pertenecía al ELN, y era un ferviente defensor de las ideas revolucionarias. Lo encontraron con un tiro en la cabeza y un anuncio en el pecho: “ELN”. En el grupo quedaron estupefactos. La hipótesis fue: ajusticiamiento por traición. Jorge Peña era muy amigo suyo y de la familia, así que, muerto del susto, visitó la casa de los viejos de Celis y habló con el papá. Todo parecía indicar que Celis tenía serias diferencias con los cabecillas del grupo en cuanto al manejo del dinero. Los líderes gastaban en mujeres y lujos. Para zanjar de una vez el asunto, ellos decidieron quitarle la vida, no fuera que sus denuncias llegaran a oídos del comando central. Jorge quedó completamente desilusionado. Siempre había soñado con una sociedad más justa, menos corrupta y había expuesto su vida luchando por ese sueño. ―Así que dejé esa mierda ―dice él― además porque, después de Álvaro, seguía yo.

Jorge necesitaba dinero y levantar a sus tres hijos. En 1986 firmó contrato en una empresa de confecciones, pero muy pronto lo echaron al ser sorprendido recogiendo firmas para la inauguración de un sindicato. ―Las injusticias de los patrones me parecían terribles ―dice Jorge y continua― Una tarde, sentado en la puerta de la casa, sin hacer nada, me saludó José Higuita, y me preguntó qué estaba haciendo. Yo le dije “nada, por qué”, entonces me preguntó sin más: ―¿Todavía estás trabajando con la izquierda?
―Noooo ―le dije
―Ah, ya, ―y se quedó pensando― Vos estudiaste en el colegio química y eres bueno para las pelas en las universidades…
―Así es ―continúa Jorge— A la siguiente semana José me llevó a Sabaneta, ―cerca de Medellín― y me dijo ―Esto es un laboratorio de coca, una cocina, quédese aquí hasta que yo venga. La finca era una casa abandonada en medio de árboles. Allí me quedé completamente solo. En mis exploraciones encontré una empalizada con canecas, pero no supe para qué putas servían. A los tres días apareció José en una camioneta de estacas y con él venían otros dos sujetos. Cuando me vio me saludó ―este peñita tan teso, cómo se queda por acá solo―, y metimos en los carros las canecas. José era un proveedor de acetona para los laboratorios productores de cocaína. Cuando me devolvió al barrio me dio un fajo de billetes. ―¡Uy, marica!, ―me dice Jorge― eran veinte mil pesos. Llegué a la casa super-contento, le mostré la plata a mi esposa, Marta, pero ella se enojó cuando le conté todo. ―Entonces ¿de qué vivimos?― le pregunté a Marta ―¡A ver, diga!― y se quedó callada. Más tarde compramos un mercado el hi-jue-pu-ta. A la otra semana José volvió por mí. ―Peñita, ahora vas a practicar química en una cocina, venga le muestro―.”
De esta manera Jorge comenzó su carrera en la producción y el control de calidad de coca en los laboratorios clandestinos.

La próxima vez que veo a Jorge, lo hago en su apartamento. Vive solo, en el barrio la América, en un quinto piso, al occidente del centro de Medellín. Subo por las escalas y arriba me recibe el veterano de guerra con su colmillo de tiburón en el cuello, y me aprieta la mano, ―No me diga que viene cansado por esas escalitas―.
Está descalzo y me hace quitar los zapatos en la puerta. ―Son las energías, hermano-lobo, ―se excusa― de la calle se traen muy malas energías.

Jorge practicó yoga, tantrismo, hace gimnasio todos los días y en su apto implanta el Feig Shui. Después del tremendo vacío emocional que le facturó la separación de su mujer, hace 2 años, decidió que su apartamento de soltero sería un lugar especial. Detrás de la puerta hay pegado un pliego de papel, de su letra y puño que dice: “el olvido es la mejor venganza y el mejor perdón”. En las paredes hay artesanías de los indígenas chocoanos y en un rincón de la sala tiene colgado un álbum del Che Guevara. Yo recuerdo a Beigbeder: “el mayor revolucionario del siglo XX no es el CHE sino Mijaíl Gorbachov”. Otra tontería, porque ―las verdaderas revoluciones son las que, cada cual, hace en su interior―, así remató Jorge cuando me dijo que la experiencia en la guerrilla no valía la pena.
Si eso es cierto, pensé, entonces ¿por qué sigue asistiendo a las conferencias del Polo democrático?

Jorge me deja ojear y se va a la cocina a preparar un par de tazas de café. Cuando las tiene listas nos vamos a la sala y yo siento el olor negro y estimulante de un buen café.
Luego de explicarme el proceso de producción de la coca le digo —Imagino que metías lances a toda hora para verificar la calidad.

―Nooo, papito ―dice provocado―, vos crees, Andrés, que luego de mezclar esos químicos yo iba a probarlos así no más. Con el tiempo uno aprenden varias técnicas para verificar calidad: el tamaño del cristal, la cuchara con fuego, tubitos de ensayo con ácidos y el olor de la merca a pocos centímetros… —Jorge piensa y continúa— pero uno no necesita drogas en las cocinas, con varias canecas de éter a los lados, y aspirando ese vapor, muy rápido estás trabado.
―Ese líquido inflamable es un peligro― le digo.
―Así es, por eso en la cocina había sólo un fusil, el mío, el resto del personal tenía que estar limpio y el cordón de seguridad estaba en el campo, o la selva, a un kilómetro a la redonda. Ellos tenían un comandante que se comunicaba conmigo por radio… Esa merca vale mucho y había que cuidarla.
―¿A la guerrilla se le paga el cordón de seguridad?
―No—dice él
―Paramilitares, entonces.
―Tampoco, era un ejército privado —contesta y sorbe de su café.

En el 2000, con la “Operación Nueva Generación”, gran parte de la organización fue a la cárcel. Se les confirmó delitos por tráfico de estupefacientes, lavado de activos y concierto para delinquir. Pero Jorge tuvo suerte. En la madrugada que la policía ejecuto el allanamiento en las casas de los implicados, no hubo fiscal disponible para el registro de su casa. ―Después de la operación —dice Jorge— tuve que esconderme seis meses en piezas de hotel, pero no me agarraron. En ese tiempo yo trabajaba con Alberto Gómez, un tipo duro, muy duro en Medellín. Él estuvo preso pero lo soltaron porque no se le comprobó nada. De modo que yo también quedé limpio y mi orden de arresto caducó.

Este incidente le dio pie para retirarse de la organización. Para entonces Jorge poseía varios edificios de apartamentos y quería viajar. Luego de su divorcio en 2006, recorrió a Suramérica en 6 meses, y en otros 5, a Centro-América, llegando hasta Cuba. ―A la USA no fui porque esos hijueputas gringos me caen muy mal.
—¿Y qué pasó con José Higuita, el que te inicio en el negocio?—le pregunto
—José era un torcido. Luego de un par de pésimos negocios, por allá en el 97, y verse en la quiebra, se enroló con bandas de sicarios. En una oportunidad que yo tenía en mi casa una merk, él mandó a robármela. No me mataron porque los manes que fueron por mí eran amigos míos.
Vamos por el tercer café y yo tengo un hueco en el estómago del hambre. Milagrosamente Jorge se levanta y va a la cocina. ―Bueno, papá, vamos a preparar una comida de soltero: atún, cebolla, arepa con jugo, ah?
―En una semana te vas a recorrer Europa, y luego África.
―Sí, voy al parque del Serengueti.
―Y ¿cuándo vuelves?
―Si encuentro un camino por allá, Andrés, por allá me quedo. Si hay trabajo con alguna ONG, con los animales en África, o con alguna organización de derechos humanos, alguna cosa, cualquiera, por allá me quedo.
― ¿Y tus hijos?
―Esa gente ya está muy grande.
― ¿Y la novia? ― entonces Jorge piensa y se rasca el cuello.
― ¿Dianita?, Esa mujer es divina, pero ante todo está mi libertad. Estuve casado con Marta 25 años y ya quiero hacer mi vida.
―¿Y Diana qué dice del viaje?
―Esa nena también lleva suficientes horas de vuelo, de no tenerlas, no me hubiera aguantado este año largo que llevamos juntos…, ella dice que en tres o cuatro semanas se acostumbra a estar sin mí.

Comemos en la sala viendo tv. Es un DVD de un concierto de los Ángeles del Infierno, un grupo de heavy metal español. Jorge lo instaló porque le dije que a mí también me gustaba.
Cuando vemos “Moriré con las botas puestas”, Jorge y yo coreamos con la boca llena de comida, pegados a la pantalla.

Cuando acabamos, llevamos los platos a la cocina y yo pregunto:
―Jorge, ¿después de todo por qué seguís asistiendo a las conferencias del Polo?, vos tenés plata, no necesitas trabajar, ya no tenés necesidad de esas cosas.
―Hermano, le voy a decir una cosa, si en Colombia hubiera una revolución social y yo tuviera que entregar todo lo que tengo, porque lo van a repartir, yo no tendría problema con eso con la condición de que no haya gente viviendo en ranchos al borde del rio Medellín… ese rio que parece una hijueputa cloaca…
Cruzamos un par de palabras adicionales, me da su correo electrónico, me pongo los zapatos y me despido.
Jorge me dice —Llévese el DVD de los Ángeles, de aquí, a que yo vuelva, será cosa obsoleta.


ELN: Guerrilla colombiana fundada en 1964. Actualmente es considerada como grupo terrorista.
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