lunes, 13 de julio de 2009

EL DIA QUE LLEGÓ LA PLAGA

CRÓNICA DE UNA EPIDEMIA EN TRES ENTREGAS

Por: Laura Vargas-Parada


“El plan de pandemias estaba para blindar a México,
porque siempre pensamos que la epidemia vendría de fuera.
No contamos con que la epidemia podría salir de México”.
Mauricio Hernández Ávila (Subsecretario de Salud).



Nada en el transcurso de ese día podía habernos hecho imaginar el drama que se vivía en aquella oficina, situada en la calle de Lieja número 7, a un costado del emblemático Bosque de Chapultepec en la ciudad de México. Eran las 13:00 horas, y el Secretario de Salud reunido con su gabinete, recibía una noticia que nadie hubiera querido recibir. Se levantó y marcó a Los Pinos –residencia oficial del Presidente—. Diez horas más tarde, millones de mexicanos también recibiríamos la noticia.

La mañana de ese jueves 23 de abril fue como cualquier otro día en la vida de una agitada ciudad. Tráfico, decenas de millones de personas desplazándose de un lugar a otro, miles de vendedores ambulantes llenando las calles. Gritos, cláxones, bullicio por doquier. En punto de las 22:30, me dispuse, como tantos otros mexicanos, a ver el resumen de noticias. El noticiero comenzó con una frase inusual:
–Esta noche se encuentra reunido el Gabinete Presidencial y habrá una comunicación oficial en breve—dijo López-Dóriga, el conductor.

Media hora más tarde, en un inusual mensaje desde Los Pinos, el mismo hombre de la oficina de Lieja, el Dr. José Ángel Córdova Villalobos, se dirigía a millones de mexicanos en cadena nacional. De traje oscuro, camisa rosa y corbata roja, lo flanqueaban –con expresión seria y preocupada—a su izquierda, el secretario de salud del gobierno del Distrito Federal y a su derecha, su homólogo del Estado de México. “La Secretaría de Salud comunica a la población que, con la información obtenida esta tarde, estamos ante la presencia de un nuevo virus de la influenza, lo cual constituye una epidemia respiratoria […]. Los casos se han registrado particularmente en el área metropolitana de la ciudad de México”. A continuación anunció la suspensión de clases de todos los niveles educativos, públicos y privados, en la capital y zonas conurbadas, afectando a unos 7.5 millones de estudiantes y 420 mil maestros y trabajadores, de casi 30 mil escuelas. Recuerdo que pensé, ¡cerrar todas las escuelas!, esto debe ser muy grave. Una verdadera emergencia de salud.

El día que la ciudad se detuvo
Dice Chava Flores en su canción “sábado Distrito Federal, desde las diez ya no hay donde parar el coche, ni un ruletero que lo quiera a uno llevar, llegar al centro, atravesarlo es un desmoche, un hormiguero no tiene tanto animal”. Pero este sábado, segundo día de la emergencia sanitaria, nada podía ser más diferente.
Desde el viernes, los habitantes de la Gran Metrópoli evitaron salir de sus casas. Sólo durante algunas horas, por la mañana, la gente había acudido a aprovisionarse a la farmacia local con gel desinfectante, medicamentos para tratar el resfriado común y la gripe, vitaminas, y cubrebocas. Por la noche, el tradicional bullicio nocturno prácticamente desapareció. Los miles de capitalinos que dan vida a bares, restaurantes y centros nocturnos cambiaron la calle por sus casas, temerosos del contagio.

Avenida Insurgentes, la célebre avenida que cruza la ciudad de norte a sur, más vacía que un domingo de madrugada. Las enormes aceras de Paseo de la Reforma, deshabitadas, si acaso, con uno que otro turista perdido y algún desafortunado que debía trabajar. El simbólico Ángel de la Independencia, lugar tradicional de reunión: de la foto de los “recién casados”, sitio de festejo de las victorias deportivas, sin gente, abandonado. Y la avenida Juárez, paso obligado de marchas y manifestaciones, desierta. El hormiguero de Chava Flores sin sus habitantes.

Al estilo de la película de 1951 de Robert Wise, la ciudad se detuvo por el miedo generalizado. La diferencia fue que ese miedo fue producido no por el temor al comunismo sino a un invisible microbio, que como la amenaza roja, se cernía sobre nuestras cabezas como un ejército invisible. Los pocos que debían trabajar, caminaban a pasos apresurados, serios. La mayoría, con cubrebocas. Resultaba inquietante ver pasar los microbuses del transporte público semivacíos; y los pocos pasajeros, también cubiertos…por cubrebocas.

Meseros, floristas, vendedores ambulantes, taxistas, veían pasar el tiempo. Un día perdido. Se habían cancelado 553 actos deportivos, recreativos y culturales en el Valle de México. Por primera vez que se recuerde, la ciudad de México se detuvo: sin conciertos, sin museos, sin culto religioso y con los estadios y centros deportivos cerrados.

Por la radio y televisión, pasaban a cada momento, spots informativos sobre la contingencia epidemiológica: “Lávese las manos, cúbrase con un pañuelo desechable nariz y boca para estornudar o toser, o use el codo para hacerlo si no tiene pañuelo a la mano. Evite aglomeraciones. Si presenta de forma repentina fiebre superior a 39 grados, tos, dolor de cabeza intenso, dolores musculares y de articulación, irritación de ojos y flujo nasal, acuda al médico inmediatamente. No se automedique”.

El domingo, los partidos Pumas-Guadalajara en el estadio Olímpico Universitario y el América-Tecos en el estadio Azteca se disputaron a puerta cerrada. Los partidos se transmitieron por radio y televisión.
–No manches—dijo un desanimado hincha de gorra azul que desde lejos miraba el perfil del estadio Universitario.
Para este juego se esperaba lleno total –unos 70 mil fanáticos. Mientras las estrellas del balón jugaban en la cancha, las tribunas se veían vacías, y nos envolvía un silencio que enchinaba la piel.
–No recuerdo que nunca haya pasado algo como esto, agregó.

Según algunos historiadores, el oficio dominical se suspendía por primera vez desde la Guerra Cristera de los años 1920s –cuando la recién publicada Constitución de 1917 estableció un estado laico y se restringió la autonomía de la Iglesia—. Las misas en Catedral y la Basílica de Guadalupe se oficiaron a puerta cerrada y se transmitieron por radio a todos los fieles.
Para matar las horas, como muchos otros capitalinos, nos dirigimos al videocentro local, con nombre anglosajón y de grandes letras azules, donde prácticamente se agotaron los DVDs. También aumentó la venta de películas o series en los comercios pirata. El humor negro local demandaba películas como Epidemia, 28 días después, Soy Leyenda, 12 monos, Resident Evil, REC, entre otras.

Durante el fin de semana se informó que “las actividades en las escuelas permanecerían cerradas hasta el 6 de mayo” y se pidió la colaboración para suspender todas las actividades en “en centros de culto religioso, estadios, teatros, cines, bares”. También se consideró suspender en su totalidad las actividades de la ciudad de México: “Se reducirá al máximo la actividad económica, pese al daño económico” dijo el jefe de gobierno capitalino, y añadió “lo primero que debe preocuparnos son las vidas”.

Todo parecía una novela Kafkiana, de la cual los Gregorios Samsa mexicanos esperaban despertar en cualquier momento. Otros más prácticos y con suficiente dinero en la bolsa, decidieron salir de la ciudad. En autobuses, en automóvil, por avión. Decían que iban de paseo para “entretener a los niños”, pero la realidad es que se trataba de la huída en masa de la clase media y pudiente. Como si poner unos kilómetros de por medio hicieran desaparecer la realidad de la epidemia.

Este primer fin de semana de contingencia epidemiológica, ante la falta de comensales, cayeron entre un 60 a 70 por ciento las ventas en la industria restaurantera de la Ciudad de México. En el Distrito Federal hay 35 mil restaurantes y las pérdidas se estimaron en unos 450 millones de pesos (unos 35 millones de dólares), que se sumó a las pérdidas que ya de por sí venían sufriendo por los efectos de la crisis económica mundial.
–La situación es dura. Sólo estamos vendiendo comida para llevar—dice Liborio Ramos quien trabaja en un restaurante en la zona de la Condesa.
–De los trecientos pesos que normalmente saco de propina ahora salen cuando mucho unos 30—agrega Manuel Silva, valet parking de una cafetería cercana.

De continuar así, para el 6 de mayo, las empresas de comercio, servicios y turismo podrían haber perdido en su conjunto unos 7 mil millones de pesos. Tan solo la industria hotelera había recibido miles de cancelaciones. Los besos, las risas, la alegría, el relajamiento de los fines de semana se quedaron guardados por la precaución, el miedo, la paranoia. La ciudad se había detenido.

Detectives de enfermedades
Ese mediodía del 23 de abril, en la reunión de la oficina de Lieja, el Secretario de Salud recibió un comunicado de los Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Atlanta en EUA y de la Agencia de Salud Pública de Canadá, confirmando que algunas de las muestras que México había enviado unos días antes para su análisis, contenían una nueva variante del virus de influenza nunca antes vista. El 17 de abril, la Secretaría de Salud de México había lanzado una alerta epidemiológica ante la prensa debido a la presencia de casos atípicos de influenza fuera de la temporada normal –que suele ir de octubre a febrero—. Nunca imaginaron que sería el inicio de una emergencia mundial.

Desde 1997, la OMS emitió una alerta a la comunidad internacional por el brote de gripe o influenza aviar en China. Se recomendó instrumentar medidas y protocolos preventivos para responder a una pandemia –una epidemia de proporciones mundiales—. Seis años después, en 2003, una epidemia con un virus nunca antes visto que producía un síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés) surgió en China activando de nuevo protocolos y alertas mundiales. En respuesta, México puso en marcha el Plan Nacional de Preparación y Respuesta ante una Pandemia de Influenza en 2005, y dos años después, creó la Unidad de Inteligencia para Emergencias de Salud dependiente del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica, “algo así como una CIA de la salud”.

En su ensayo La enfermedad y sus metáforas Susan Sontag escribió “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, la ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sano y la del reino de los enfermos (…) Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora”.

A menudo se dice que vivimos en la sociedad del conocimiento, y que como nunca, la ciencia y la tecnología impactan de manera irreversible en nuestra vida diaria. Sin embargo, el brote epidémico nos deja ver lo contrario: que existe un abismo enorme entre el conocimiento científico que los expertos intentan explicar a la sociedad y la información que el ciudadano común puede apropiarse para tomar decisiones fundamentales para su salud.

Todos están de acuerdo en la importancia de “invertir” en investigación y desarrollo, y de la necesidad de “no depender de expertos extranjeros para estudiar a nuestros enfermos, desarrollar una vacuna y producirla masivamente”. Y a pesar de ello, para muchos resulta más fácil encontrar respuestas “metafóricas” para la epidemia viral, favoreciendo las explicaciones mágicas o sin sustento en lugar de la explicación más sencilla: las especies evolucionan. La aparición de nuevas variantes virales es parte de un mecanismo natural para generar diversidad.

Hasta ahora, se sabe que la historia del virus que ahora llamamos A H1N1 comenzó en California, donde el 28 y el 30 de marzo se registraron dos casos de enfermedad respiratoria febril atípica en una niña de 9 años y un niño de 10, ambos residentes de California. El análisis de las muestras tomadas a estos niños confirmó una infección por virus de influenza tipo A –hay tres tipos de virus: A, B y C—pero no fue posible establecer el subtipo. Las muestras se enviaron entonces al CDC, laboratorio de referencia internacional. El CDC se encontró con un nuevo virus de influenza A, del subtipo H1N1, pero substancialmente diferente al virus de influenza humana A H1N1 previamente conocido. Estos resultados se publicaron en su gaceta oficial el 21 de abril.

H y N son proteínas virales. La H es una proteína llamada hemaglutinina y ayuda al virus a reconocer y pegarse a la célula que va a infectar; la N es la neuraminidasa, una enzima que ayuda durante el proceso de infección. Se conocen 14 tipos de H (H1 a H14) y 9 tipos de N (N1 a N9).

-El nuevo virus contiene combinaciones únicas en su material genético—explicó Ruben Donis, jefe de virología molecular del CDC, en entrevista para la revista científica Science.
-Un tercio del virus tiene material genético del virus de influenza porcina que circula en Norteamérica desde 1999, otro tercio es material genético del virus de influenza aviar que circula en Norteamérica, y el restante tercio es la parte más intrigante. Se divide en pedazos que corresponden a un virus de influenza humana y a un virus de influenza porcina Euroasiática. Esta combinación de material genético nunca antes había sido reportada entre los virus de influenza conocidos, ni en Estados Unidos ni en ninguna otra parte del mundo.

En su ensayo ¡Es un complot!, Nicolás Alvarado concluye “¿necesitamos entonces una conspiración? A ver si nos satisface ésta: ¿no será éste un complot de la naturaleza, conciliábulo de virus y bacterias […]? En su Sexual Personae, Camille Paglia describe a Madre Natura como “un avispero supurante de agresión y devastación”. Y yo, que sé que los humanos somos también naturales, le doy la razón”. Yo agregaría, que se trata simplemente de un proceso natural de adaptación y supervivencia de las especies.

(Esta historia continuará
).

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