El debate del aborto en Perú desde la crónica de una experiencia personal.
“Asesina”… me dijeron, lanzándome agua bendita. Han pasado dos años desde lo sucedido y mis manos recién lo cuentan. Con una voz que ahora puede gritar sin prisiones, mismas que hubiese vivido en carne propia si esto se hubiese sabido antes. He encontrado en el camino muchas que quisieran gritarlo, pero ni la sociedad ni el Estado nos lo permite aún, dentro de estos límites. Sin embargo, ya he sanado. Ya he sanado.
El martes 20 de octubre me levanté temprano para ir a la marcha. Diseñé unas pancartas en la computadora, las imprimí y las coloqué en cartulinas de colores para que se vean bonitas. A pesar de haber tomado la pastilla para la ansiedad, me asustaba la idea de volver a encontrarme, cara a cara, con todo lo que me causaba cargo de conciencia.
Enterarme del embarazo fue una gran sorpresa. Los doctores me dijeron que, por tener ciertos problemas con mis órganos reproductores, se me haría difícil quedar embarazada. El día que se rompió el condón no me preocupé. “Es muy difícil”, me dije.
La marcha ya había comenzado cuando estaba por la Vía Expresa. Trataba de manejar rápido. Sintonicé Radio Capital para escuchar el debate del día: “¿Está de acuerdo o no con el aborto por violación o eugenésico?”. La gente llamaba. Yo quería llamar. Nunca lo hice.
Recuerdo que era mi cuarto intento de comunicación con la clínica para preguntar por mis resultados. Los nervios me daban náuseas. Estábamos en la puerta del bar La Noche cuando me dijeron: “Señorita, todavía no le podemos dar los resultados exactos porque la prueba es positiva y tardan en determinar el tiempo del embarazo”. Se lo dije. Esperé un abrazo. Esperé un gesto. No esperé un “puta madre me estás jodiendo”.
Buscaba donde cuadrarme para ir a la marcha. Pasé, con el carro, cerca a la concentración. Los carteles de los que estaban en contra de la despenalización del aborto eran peores que cualquier imagen vista en una película de terror. Niños muertos, mutilados, frases con textos bíblicos, una señora cargando un gran crucifijo de madera, muchas monjas, sacerdotes, personas mayores, algunos jóvenes. Los nervios aumentaban y ya me estaba desanimando de ir. Dejé el carro a una cuadra del Congreso de la República, saqué la mochila con las pancartas y fui a mezclarme con el resto de protestantes. Ellos estaban al frente de los opositores. Llevábamos ropa negra en señal de luto, pancartas blancas o de colores con frases apoyando la elección y la salud de la mujer. A diferencia del otro bando, no les lanzábamos adjetivos ni deseábamos la cárcel o la muerte, al contrario, nuestro lado también iba a favor de la vida: de la vida de la madre.
Luego de enterarme del diagnóstico, no dormí. Lloré. Acudimos a un ginecólogo para que nos aconseje, a preguntar nuestras opciones. Pero solo había una… bueno, una y media. Al parecer, habían encontrado una llaga en mi cuello uterino por la cual me tenían que hacer una biopsia. Escuché “cáncer” y mi corazón se detuvo. “Hágame la biopsia”, le repliqué automáticamente al doctor. “No puedo, peligra el embarazo”. Mi vida estaba en una incertidumbre y el doctor, mi doctor, abogaba por algo que todavía no era una persona sentada frente a él. “¿Es probable que tenga cáncer y no me hará la biopsia?”, pregunté. El doctor pasó a poner cara de verdugo. Frunció el ceño, no me miró, seguía escribiendo en mi historia mientras, con tono molesto me dijo: “no se puede”.
Mientras que el bando pro-mujer se enfrentaba pacíficamente contra el no-aborto, conocí a una señora. La dama se le acercó a mi amiga y empezó a hablarle. Yo no le escuchaba bien pero traté de meterme en la conversación. Había sufrido complicaciones cuando estuvo embarazada. El niño iba a nacer con problemas neurológicos y ella estaba en peligro de morir. Me dijo “todos los médicos me pidieron que aborte, hasta el capellán de la capilla de la clínica me lo recomendó”.
Fuimos a la clínica y me dieron varias pastillas. Cierta cantidad las tenía que tomar ya mismo y las otras en unas cuantas horas. Fui al cuarto donde vivía y las ingerí. Después de un par de horas pensaba que no habría surgido efecto. Pero luego comenzó el dolor. Fui al baño y los grumos de sangre no paraban de brotar. Me asusté. Se asustó. Ya nos lo habían advertido. Esa noche casi no dormí. La pasé limpiando lo que quedaba de un sueño que tendría que esperar. Estuve en cama unos días hasta que regresé a la clínica donde me dijeron que todo estaba OK y que la ecografía indicaba que todo estaba limpio.
El día que aborté no fue el peor día de mi vida. El peor día de mi vida fue cuando me interné en la clínica por intensos dolores en mis trompas, las cuales estaban infectadas con riesgo a que las lesiones dañen permanentemente mis órganos reproductores y nunca pudiera ser madre. Ese día fue el peor día de mi vida. Mi familia cercana me rodeaba mientras una enfermera me ponía la intravenosa. Él me llamó para decirme que, el mail que le mandé era una mierda y que no lo joda más. Mientras, la enfermera me pinchaba con extrema falta de delicadeza. Todas las enfermeras eran toscas luego de leer mi historia clínica. Cuatro días en la clínica para salvar mi vida. Cuatro días en los que me imaginaba gritando en plena Av. Abancay : “Las mujeres también tenemos derecho a la vida”.
Y, con temor a preguntar lo obvio ya que la mujer se encontraba en nuestro lado: “¿abortaste?”. Ella me respondió “No, no les hice caso, yo tuve a mi hijo, pero estoy a favor de ustedes porque yo tomé esa decisión y así todas deberíamos poder tomar nuestras decisiones. Unas los tendrán como yo, otras talvez no. Pero que esos de en frente no nos digan qué hacer con nuestro cuerpo”.
Tras recibir múltiples inyecciones sumamente dolorosas para eliminar, por completo, todo rastro de infección; tras tantos gastos médicos que pude financiar con la ayuda de mis pocos ahorros y de mi familia; después de pasar tantos días postrada en cama sin poder trabajar o siquiera sentarme frente a una computadora; luego de llevar el temor de contar una historia que me podría traer problemas judiciales, rechazo social y, quién sabe, agresión física; tuve que esperar a tener el valor de conjugar en palabras, y pensamientos, lo que por coincidencias me llevaron a luchar por una causa que nunca creí tenerla tan cerca y terminar al lado de una persona que tomó un camino diferente pero que también peleaba por lo mismo.
En el instante es que la dama termina de contar su historia, cerca de nosotras, un muchacho recibe una llamada de un amigo que se encuentra dentro del Parlamento. Este le informa que la Comisión votó a favor de no reconsiderar la despenalización del aborto en caso de violación o eugenésico. La mujer y yo saltamos contentas. Ella llevaba, orgullosa, uno de mis carteles. Más de 376 mil mujeres abortan cada año en el Perú. El 30,5% de estas mujeres sufren complicaciones que las dejan marcadas de por vida o hasta muertas [*].
Ese mismo día, en la noche me vino la menstruación. Una vez más me bajó cierto óvulo no fecundado. La sangre corrió por mis partes, recordándome el día en que lo hizo a borbotones después de tomar aquellas pastillas que me dieron en aquel barrio lejano: Villa El Salvador. Pero no me arrepiento. Así haya pasado un promedio de 2 a 3 horas en las cuales la gente me gritaba “asesina”, sin saber que lo mejor que pude haber hecho por mi hijo fue salvar la vida de su madre.
Fuente estadística:
[*] http://abortolegalyseguro.com/blog/aborto-en-peru/el-aborto-clandestino-en-el-peru-revision-delicia-ferrando/
LORENA FLORES AGÜERO (Perú). Comunicadora desde pequeña. Está al frente de la campaña: "Acentos Perdidos en Perú", escribe en su blog personal: "Ego Catarsis" y es gestora redes sociales. Curiosa por excelencia, mujer con carácter, empeñada en cambiar “La Ley de Murphy” por “La Ley de Lorena”. No me tomo tan en serio, pero exijo que los demás lo hagan.
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Próximo taller febrero 2010. Inscripciones en oficinaportatil@gmail.com
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Interesante historia Lorena, comparto tu punto de vista desde aquello... "Yo decido" .
ResponderEliminarYurani Rivera.
Medellin - Colombia
Gracias Mochiliando :)
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